En los primeros días de noviembre de 2021, la intendente de Quilmes, Mayra Mendoza, recorrió las instalaciones del hospital Iriarte junto a un séquito de asesores y periodistas elegidos a dedo por la secretaría de Prensa de su gestión.
La visita, que se enmarcó en el plan integral de Infraestructura Hospitalaria encabezado por el gobernador Axel Kicillof y el ministro de Salud, Nicolás Kreplak, finalizó con un breve discurso en el que aseguraron que la inversión en el nosocomio sería de 50 millones de pesos, apuntados a la reparación y puesta en funcionamiento de la instalación eléctrica de planta baja, primero y segundo piso. Además, se remodelaría la instalación pluvial, con reparación de filtraciones en cubiertas inclinadas y losas, reparación de membranas y numerosos trabajados de demolición, albañilería, revestimiento, cielorraso, aberturas y pinturas.
Adictos a la burocrática costumbre de bautizar numerosos planes para abarcar una misma actividad, el director provincial de Hospitales de la provincia de Buenos Aires, Juan Riera, confundió el nombre del plan y lo llamó “Hospitales a la Obra”.
Poco menos de dos años después, cuando las luces de las cámaras se apagaron y las noticias pasaron a otra cosa, el hospital Iriarte de Quilmes se encuentra en deplorables condiciones. Poco y nada de lo prometido sucedió. Promesas y palabras que se las llevó el viento y se pudrieron bajo los putrefactos líquidos que aún gotean de los techos y cielorrasos del viejo hospital.
La falta de atención por parte de los funcionarios de las gestiones de la intendente Mayra Mendoza y del gobernador Axel Kicillof respecto al Iriarte se hicieron evidentes en las primeras olas de calor, cuando tanto los familiares de los enfermos como los profesionales de la salud pidieron en vano una respuesta a las elevadas temperaturas de las salas. Finalmente, a mediados de febrero la propia cooperadora del hospital, ante el silencio oficial, decidió recolectar dinero y donar ventiladores que hicieron poco más que revolver el aire caliente del lugar.
Apenas quince días después, explotó un caño de agua que cruza los pisos superiores. El agua comenzó a correr por las escaleras y los huecos de los ascensores como si se tratara de los últimos minutos del Titanic. En pocos minutos, se inundó el pabellón de internación, las salas de pediatría y hasta el hall central. La dirección del hospital no tuvo otra opción que clausurar los espacios afectados y negarle el acceso al público.
Promesas que parecieran quedar en la nada y discursos vacíos que contrastan con la dureza de la realidad. Un relato que pareciera estirarse en el tiempo indiferente a la esperanza quebrada de aquellos que esperan la oportunidad de una vida mejor.
*Fuente: REALPOLITIK