*Por Damián Specter
Desde que la humanidad abandonó el nomadismo, las relaciones interpersonales se volvieron más complejas, por lo que poner reglas en común fue vital. Así es que las civilizaciones comenzaron a hacer sus primeros compendios normativos, como el Código de Hammurabi.
En el siglo XVIII, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau definió lo que hoy conocemos como “Contrato Social”, según el cual todos cedemos una cuota de poder al Estado para que fije las normas (intercambiamos, de esta manera, parte de nuestra libertad a cambio de seguridad).
La existencia de reglas de juego, claras y aparentemente iguales para todos los miembros de una comunidad, generaron certidumbre a la vez que estimularon el intercambio cultural como el de productos y servicios.
El problema surge cuando comienzan las arbitrariedades de los “creadores” de las reglas. Es aquí donde, bajo el pretexto de “obtener el bien común”, el Estado avanza sobre las libertades y derechos de los ciudadanos.
Donde esto ocurra, cuando la Legislación se sobrepone al Derecho, encontraremos un país subdesarrollado y con claras faltas de libertades. Además, debemos tener en cuenta la incidencia que ha tenido y tiene exponencial progreso de la tecnología, que permitió y permite nuevas formas globales de reingeniería y dominación social.
Como resultado de todo ello, el manejo actual de los Contratos Sociales nos muestra una sociedad inmersa en el nihilismo, buenismo, relativismo, ofendidismo, victimismo y sobre todo en la carencia de sentido común. Y así nos encontramos con un mundo donde las relaciones líquidas, lo inmediato, la queja y la falta de propósito, se convierten en una constante. Un mundo lleno de individuos cada vez más frágiles que se dejan manejar con extrema facilidad, donde la gente obedece los dogmas y mandatos casi con pleitesía.
Un claro y reciente ejemplo de esto fue la forma en que la OMS y los Gobiernos manejaron la pandemia y como la gran mayoría de la población aceptó sin chistar que se les restrinjan derechos y libertades básicas. Otro ejemplo emblemático es el la imposición por parte del sistema del mantra del cambio climático, a partir del cual la sola existencia del Hombre es culpable de que el mundo esté pronto a desaparecer. Sin embargo hasta un chico de 10 años ha estudiado en el colegio que el clima cambiaba antes de que existiese vida en el planeta y que siguió cambiando antes de que surgiesen los primeros homínidos, así como cambiaba antes de que suceda la revolución Industrial.
En este mismo sentido, tampoco nos cuentan que la capa de ozono se está regenerando, o que los autos eléctricos, por sus baterías, van a contaminar más que los autos con las naftas actuales (nota: esto no significa que no debemos hacer foco en cuidar y mejorar nuestro ambiente – que nada tiene que ver con la Alerta Climática).
Es por esto que a los LOBBYS de moda y quienes están detrás de esto, les sirve generar tribus que se sientan especiales y merecedoras de privilegios, que no gozarán el resto de los mortales. En definitiva, los LOBBYS del establishment usan a gente, que en su mayoría, actúa de buena fe. Podríamos decir entonces que entre el Estado y gran parte de la ciudadanía, se genera una especie de síndrome de Estocolmo.
Más allá de lo expuesto, no dejo de ser optimista. Fundamentalmente por dos motivos: el primero es porque el establishment está cada día más obvio, deja rastros, aburre, es grotesco, se cree impune y esto lo expone y queda en evidencia. El segundo. es que las sociedades cuentan con su propio “sistema inmunológico”. El que a pesar de ser atacado constantemente por los patógenos del establishment, siempre termina dando batalla.