*Por: Rogelio López Guillemain
“Piedad al culpable, es traición al inocente” – Ayn Rand
Hace unos pocos días, el fiscal Fernando Rivarola se transformó en una de las personas más aborrecidas de la Argentina al cambiar la carátula de “abuso sexual con acceso carnal agravado” a “abuso simple”, a la aberrante violación en manada sufrida por una joven de 16 años. Para justificar su pedido, en su escrito explica que se trató de un “desahogo sexual” de los victimarios.
El caso ocurrió en el 2012 y la víctima lo relató en su Facebook en el 2019, momento en el que comenzaron las actuaciones.
Sin dudas la expresión “desahogo sexual” como justificación de un abuso sexual, es mínimamente una animalada digna de un sofista obsceno y aunque parezca extraño, su peligro va más allá de lo sexual, luego lo explicaré.
Ya ha sido expuesto en todos los medios, el análisis de esta barbaridad desde el punto de vista del feminismo contemporáneo; en estas líneas quiero exponer otras perspectivas.
La primera es la ideológica. Es sabido que las propias representantes del feminismo más desquiciado que pululan en el Congreso, han votado en contra de la prisión efectiva de los violadores. Esto se debe a que en sus cabecitas posmodernistas también anida el garantismo, el cual considera a los delincuentes como víctimas de la sociedad.
Son incapaces de ver los contrasentidos y las incoherencias de sus planteos. No comprenden que los actos son siempre individuales, que todos debemos ser iguales ante la ley (sin importar raza, sexo, credo o partido política) y que por lo tanto cada quien debe responder individualmente por ellos.
Tener un discurso que deslinda responsabilidades a quien comete un delito por “pertenecer” a un colectivo (excluido social), al tiempo que se acusa a otro por “pertenecer” a otro grupo (hombres “machos”) y tratar como intachable a una mujer por “pertenecer” al colectivo femenino; no sólo es una aberración que nos retrotrae a la época de las batallas entre tribus o a las carnicerías entre cristianos y “paganos”, sino que es el más ruin menosprecio del individuo como portador de los derechos humanos propios de su condición, colectivizándolo y convirtiéndolo en nada si no pertenece al “colectivo” de los buenos o al delos malos.
No hay nada más denigrante, ni acto más agresivo contra un ser humano, que tratarlo como parte de un rebaño, quitándole su derecho a ser él mismo y rebajándolo a una cosa sin identidad. Es la forma dialéctica de transformarlo en un “desaparecido” como individuo.
La segunda es política. Los involucrados en la violación, habrían sido nietos de un ex gobernador y de un senador y familiar de un conocido empresario.
Acá encontramos otro colectivo. “Pertenecer” al poder político parece ser condición suficiente como para no tener que responder ante la justicia como lo hace cualquier hijo de vecino o suficiente para no pagar los impuestos que pagamos el resto o para tener fueros que los protejan en sus actos delictivos. A los integrantes de esta caterva de aristócratas berretas de los poderes del estado los mantenés vos con tu dinero y los elegís vos con tu voto. Son nuestros empleados pero como esclavos obedientes nos dejamos mandonear.
La tercera es la vanidad. Repasando el historial de este siniestro fiscal, me encuentro con una serie de denuncias en su contra a lo largo de su carrera de las que ha ido “zafando”. Esos antecedentes deben haber generado una presión creciente en la necesidad de meter “un gol de media cancha” para emparejar el partido.
A fines del 2019 se lo nombró titular de la Unidad Fiscal Especializada en Cibercrimen y Evidencia Digital. Una de sus funciones es perseguir a quienes cometen grooming o se dedican a la pornografía infantil. Resulta llamativo que quien debe perseguir estos delitos considere que una violación en manada sea tan solo un desahogo sexual.
Si aunamos su necesidad de generar un punto positivo que nivelase su maltratado pasado a su nombramiento en la lucha contra el Cibercrimen y los delitos sexuales contra menores, el hallazgo de lo escrito por la víctima en Facebook le vino como anillo al dedo.
Creo que en su imaginación supuso, que si gracias a sus pesquisas internáuticas se lograba encarcelar a los violadores de la entonces menor, y siendo este un tema tan sensible en la opinión pública actual, sus “pecados” anteriores serían olvidados y quedaría redimido.
Sin dudas se encontró con serias dificultades para recolectar pruebas suficientes en contra de los violadores, sumado quizás a presiones asfixiantes de algunos poderosos y consciente del inevitable fracaso al que se dirigía su gesta, es probable que entendiese, que lograr una condena posible (aunque excarcelable y casi simbólica) de algunos de los involucrados, podría dejar conforme a los mandamás, evitarle un papelón personal y salvar “el honor”.
Pero como todo posmodernista acomodaticio, reflejó sus contradicciones en su posterior pedido de disculpas.
Aseguró que tuvo “una profunda reflexión generada a partir del impacto social y mediático”. Para estos sacerdotes populistas la opinión pública y los medios son casi una “revelación divina”, no tienen idea lo que es la conciencia.
Repentinamente recibió “la luz” y entendió “la importancia que tienen las palabras como instrumentos de cambio en la deconstrucción de estereotipos machistas”, consideró que “la frase desahogo sexual debe ser erradicada” y que él solo la utilizó para describir la “cosificación de la víctima y degradación de su dignidad”. Una soberbia muestra de hipocresía y de Borocotismo.
En sus contradicciones posmodernistas moralizantes, acusó a quienes hicieron público el asunto de haber “impactado negativamente en la víctima, revictimizándola e invadiendo nuevamente su intimidad”. ¡Claro!, el haberle hecho revivir todo a la pobre chica en un juicio que no sirvió para nada, debe haberla llenado de alegría. Patético.
Otra muestra de cobardía y de falta de caballerosidad (si, caballerosidad, algo que no habla de machismo sino de valores como por ejemplo el hacerse cargo y no buscar chivos expiatorios) fue decir que el acuerdo del juicio abreviado fue con la “expresa y libre conformidad de la joven damnificada del caso, quien tuvo participación activa durante toda la investigación”.
Creo que el verdadero problema no es “este fiscal”. El verdadero problema es que estamos infestados de Fernandos Rivarola en todos lados. Ellos son la verdadera pandemia que debemos combatir. Ellos son la enfermedad, nosotros somos la cura. Es tiempo de darles de beber su medicina.