*Por: Rogelio López Guillemain
“Cuánto más corrupto es el estado, más leyes tiene” – Tácito
“La demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con la palabras mayores” – Abraham Lincoln
Llevamos casi dos meses de cuarentena. He escuchado y leído, cómo las personas se quejan por no poder ir a trabajar, mandar a los hijos a la escuela, pasear, juntarse con amigos o comprar cosas “no esenciales”. ¡Pero no he escuchado a nadie quejarse por no tener que ir a una dependencia del estado a realizar trámites que son tan obligatorios como innecesarios!
Aclaro que creo en la necesidad de un estado presente. Presente en lo que la Constitución Nacional indica: seguridad, justicia, salud y educación.
Quizás dentro de un tiempo, algunas de estas tareas (o todas) puedan dejar de ser ejecutadas por el estado, pero hoy estamos muy lejos de ello y además, no es el tema de este artículo.
Lo cierto es que en estos 60 días, hemos comprobado cómo podemos vivir sin necesidad de estar sometidos a miles y miles de regulaciones que los burócratas de turno inventan para justificar sus sueldos.
Sumado a ello, el número de parásitos en el estado aumenta continuamente. Hace unos 90 años, los empleados del poder ejecutivo eran tan pocos, que ¡entraban todos en la Casa Rosada! No he encontrado los datos puntuales de aquella época por lo que haré la comparación de nuestro hoy con el pasado más cercano.
De este gráfico podemos sacar algunas conclusiones rápidas. Que el número de empleados privados ha crecido muy poco en 50 años, mientras que los del sector público prácticamente se han duplicado.
Lo del sector privado se debe en parte, al gran número de empleados no registrados (en negro, casi un 50%) y al desarrollo del sector servicios con un número creciente de autónomos o monotributistas independientes.
Con respecto a los empleados públicos, no va a faltar el distraído que diga: “hay el doble de población, por eso el doble de empleados”. Errado. No solo porque no hay una necesaria relación directa entre ambos números, sino porque los avances tecnológicos han simplificado y automatizado muchísimo del trabajo que demandaba la mayor parte de las horas hombre.
Valga como ejemplo: hace 30 años trabajaba en la Universidad Nacional de Córdoba y para actualizar el “cardex” y sacar los promedios de los egresados, era preciso destinar a 3 personas, quienes comparaban sus planillas para evitar errores; hoy esto lo hace una computadora en forma instantánea y sin errores.
También debemos tener en cuenta la posibilidad que tienen las personas de realizar los trámites burocráticos por autogestión desde su computadora o en terminales ad hoc, otro motivo más que demuestra lo innecesario del crecimiento geométrico del empleo estatal. ¡Es más!, incluso debería haber bajado a la mitad en lugar de duplicarse.
Lo cierto es que en estos dos meses, hemos sido testigos de lo innecesaria que es la monstruosa burocracia que tenemos. ¿Ha llegado el momento de replantearnos qué esperamos del estado?
Tenemos miles y miles de innecesarias regulaciones que incluso se superponen o contradicen, padecemos ¡165 impuestos!, necesitamos hacer 14 trámites y 25 días de papeleo infumable para abrir un negocio, recorrer laberintos interminables para adoptar un niño, tener un “contacto” para conseguir una patente de taxi o soportar al único sindicato autorizado por el gobierno sin poder abrir otro, entre otras tantas trabas y limitaciones que el estado inventa y nos impone en nuestro día a día.
Mantengamos solo las estructuras mínimas e indispensables del estado, las que se ocupan de seguridad, salud, justicia y educación, y el resto LO CERREMOS.
Pero, ¿qué hacemos con los empleados que sobran? O bien damos jubilaciones anticipadas y redistribuimos al personal, o les damos dos años de plazo a quienes pierden su puesto hasta que sean absorbidos por el sector privado o se vuelvan autónomos, o cualquier otra solución de esta índole. Eso sí, debe quedar establecido por ley, la imposibilidad de volver a nombrar empleados públicos en forma indiscriminada. Lo que nos ahorraríamos en gastos de cientos de oficinas innecesarias es incalculable.
Aquellos municipios pequeños y vecinos entre sí (pegados uno a otro), deberían unificarse y que poner en disponibilidad (como propuse en el párrafo anterior) a todos los empleados extras.
Debemos bajar los impuestos, reducir los trámites exigidos para abrir un negocio y trabajar; liberar las restricciones y los “feudos” de los socios del gobierno, tales como el transporte público de pasajeros; bajar el costo laboral, alentar el comercio exterior, encarcelar a los delincuentes y a los corruptos, terminar con los eternos subsidios a madres con más hijos que años de vida y a los eternos desocupados. Seamos un país serio y en serio.
Hay muchas cosas más por cambiar. Pero al menos acordemos en estas, demos un primer paso.
Hoy el rumbo que están proponiendo nuestros gobernantes es exactamente el opuesto. Más estado, más esclavos que viven de las limosnas llamadas planes sociales, más fomento de la pobreza, más delincuentes y corruptos libres, más libre pensadores perseguidos y más impuestos. O sea, más alejados del mundo desarrollado y más cerca de la miseria.
El Imperio de la Decadencia Argentina debe terminar. El día es hoy, el momento ahora y el lugar aquí, ¡no retrocedamos más!. Si no sos vos, si no soy yo, ¿quién? En paz y con firmeza debemos desatar, La Rebelión de los Mansos.