El desprestigio de la dirigencia política argentina no es una cuestión que deba demostrarse. Tampoco es nuevo. En 2001 la sociedad se expresó masivamente al grito de “Que se vayan todos”. Finalmente, nadie se fue, pero recuperaron parte de su consideración social durante el Gobierno de Néstor Kirchner. Con Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri se convirtió en una grieta.
Sólo había espacio para “ultras”, a riesgo de ser calificados como “traidores” aquellos que intentaban aportar un poco de equilibrio y sentido común. Pero los gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández consiguieron ahogar cualquier expectativa sobre la potencialidad transformadora de la política. O, al menos, de aquella que redundara en beneficio de la sociedad.
Cuando Javier Milei descubrió el término mágico, “la casta”, tuvo un crecimiento espectacular. En efecto, sin desaparecer del todo, la radicalización se convirtió en desprecio y decepción. Pero, a diferencia del 2001, no apareció el reclamo de “Que se vayan todos”.
Las elecciones del 2023 plantean un desafío para las coaliciones políticas mayoritarias. Ya en las legislativas del 2021, sumando ambas, perdieron casi 6 millones de votos respecto a los obtenidos en 2019. Cierto es que, a la hora de elegir Presidente, quizá los argentinos se vuelquen hacia las mismas opciones fracasadas y permitidas, simplemente porque no surgen alternativas superadoras.
A la hora de blanquear las pretensiones presidenciales, sólo Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Gerardo Morales y Alberto Fernández pusieron las cartas sobre la mesa. También lo hizo Javier Milei. Pero los jugadores senior, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri, siguen jugando a las escondidas.
El proyecto de supresión de las PASO divide a las coaliciones internamente. Para CFK y MM implica la posibilidad de seguir usando la lapicera sin rendir cuentas a nadie. Pero su poder está bastante deteriorado, y difícilmente la iniciativa consiga prosperar.
Los dos, como siempre, juegan a lo mismo: mientras que Cristina envía a Máximo Kirchner a decir que no tiene expectativas presidenciales, Mauricio habla de manera genérica y críptica: “Ya saben todo lo que hice” o “fui muy claro al respecto”, sin aclarar absolutamente nada.
La indefinición de ambos crispa la paciencia de sus eventuales competidores. Patricia Bullrich está convencida de que impondrá su candidatura rompiéndole la cabeza a sus competidores, debido al auge de sus declaraciones. Rodríguez Larreta está cada vez más parecido a Alberto: deambula entre el dialoguismo y la provocación para tratar de captar a los votantes de los “Halcones” del PRO.
Gerardo Morales grita que quiere ser Presidente, pero se conformaría con componer una fórmula como “vice” de Rodríguez Larreta, siempre y cuando el candidato de unidad de Juntos por el Cambio (JxC) en CABA sea Martín Lousteau. Y Alberto sigue trasnochando, y en sus delirios cree que la sociedad argentina podría renovar su confianza.
También está Javier Milei. Expresión de la tradicional alianza entre un pretendido liberalismo económico con expresiones políticas e institucionales conservadoras, se rodea de la derecha para tratar de alcanzar vuelo nacional, compitiendo por ese segmento con Bullrich y Mauricio Macri.
Así las cosas, el verdadero problema no es si habrá PASO o no (ya que la opinión de la sociedad no le preocupa a nadie), sino cómo hará la Argentina para no caer en una guerra civil tras el recambio presidencial.
Y todavía queda otro actor que construye su candidatura en silencio, a través de su gestión. Por más que Sergio Massa se haya autoexcluido como presidenciable para 2023, nadie lo toma en serio. Si consigue evitar el estallido de la economía hasta el momento de la confección de las listas, sabe que será aspirante por la fuerza de las cosas.