Durante los últimos catorce meses, el gobierno de Alberto Fernández observó incrédulo cómo se derrumbaban los niveles de aprobación y de apoyo a una gestión que comenzó autopercibiéndose como el adalid de la batalla contra el coronavirus y terminó siendo señalado como el protagonista de un fracaso sanitario sin precedentes.
A pesar de las restricciones para circular, la suspensión de las clases presenciales, las decenas de cadenas nacionales, los discursos épicos, el frágil relato, las frases hechas, los miles de comercios que tuvieron que cerrar sus puertas para siempre, los niveles desesperantes de desempleo y pobreza y las constantes dificultades para honrar los compromisos de deuda, nada funcionó para evitar que el coronavirus se haga amo y señor de las clínicas y hospitales argentinos.
En este esquema, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, quien se mostró desde el comienzo de la pandemia como “más papista que el Papa” y redobló todas y cada una de las apuestas del presidente Fernández, vio colapsar las unidades de terapia intensiva en numerosos nosocomios bonaerenses.
Recientemente, y como una marca de fracaso de sus políticas sanitarias en la región, Kicillof dio luz verde al proceso de compra 211-0061-LPR21. El mismo, aprobado por el ministerio de Gobierno, lanzó a la gestión bonaerense a la compra de certificados de defunción, además de constataciones de parto y libretas de familia. La licitación se llevó adelante y la empresa que ganó, Eurowitcel SA, presentó una oferta cuyo monto fue curiosamente similar al presupuestado por la provincia.
Mientras el ministerio de Gobierno bonaerense calculó un presupuesto de 17.422.050 pesos, Eurowitcel aseguró que confeccionar los certificados costaría unos 16.997.000. Sin embargo, no todo termina en las llamativas casualidades en la licitación para que la provincia compre algo más de 500 mil certificados, sino que pocos días después, proveedores del mismo rubro alzaron la voz cuestionando duramente los montos.
En comunicación con REALPOLITIK, un experto en el tema contó que “es llamativa la cantidad de especificaciones que pidió Kicillof por los certificados. Tienen una complejidad que no existe ni en los países del primer mundo. Tan modernos son, que sólo los puede hacer una empresa en todo el país”. En efecto, a pesar de que fueron invitadas a la compulsa unas seis empresas especializadas en el rubro, sólo Eurowitcel presentó oferta.
No sólo ello, sino que según los empresarios que confeccionan certificados, los montos se encuentran muy por encima de los valores reales. “Lo que cualquiera de nosotros cobraríamos, incluso sumando nuestras utilidades, no supera los 3.2 millones de pesos. Incluso si tuviéramos problemas de mantenimiento de oferta a lo largo del tiempo, podría alcanzar los 4 millones, pero jamás los 17 millones de pesos que va a pagar el gobierno de Kicillof”.
Según los cuestionamientos de los propios proveedores del rubro, la gestión de Kicillof confeccionó un pliego con exigencias tan curiosas que sólo puede cumplirlo una empresa en el país, y luego esa misma empresa fue beneficiada con un sobreprecio que supera hasta en cuatro veces al valor real.
La política, al parecer, pierde el pelo pero no las mañas. Y pocas mañas son tan viejas y tan predecibles en la provincia de Buenos Aires como las de las licitaciones arregladas.
*Fuente: REALPOLITIK