El trampolín que representó el desembarco de Abel Cornejo en el Gobierno de Salta para sus aspiraciones personales, empieza a tomar forma desde esta última semana cuando le puso fecha de caducidad a su gestión como ministro de Seguridad y Justicia de la provincia.
En medio de la creciente ola de delincuencia y crímenes que salpican a distintas ciudades, el ex juez de la corte anunció que dejará su cargo para abocarse a su campaña como intendente de la ciudad de Salta, el distrito más grande de todo el territorio y donde casualmente él mismo se encargó de dejar algunos “muertitos” tapados para no perjudicar su imagen.
Gustavo Orozco lo dijo en la Cámara de Diputados: “¿Cuántas cabezas más tienen que rodar en Salta para que este señor decida irse?”. La pregunta, retórica claramente, radica en el plazo que Cornejo puso para su salida del Gobierno.
El mismo que ya anunció meses atrás su renuncia al no sentir el apoyo del arco oficialista luego de ser acusado de “violín”, término utilizado en la jerga policial para describir a alguien que abusa sexualmente de otra persona. A las horas finalmente anunciaba que se quedaba. Poco serio.
40 días fue el plazo que puso Cornejo para abandonar la cartera que le fuera confiada tras la salida de Juan Manuel Pulleiro hace casi un año. En ese lapso, el ministro gozó de un veranito en los medios de comunicación que tenían en él, al menos en apariencia, a un funcionario cercano, que respondía, que no esquivaba el bulto y con el que se podía hablar a cara descubierta.
Obviamente todo fue solamente un plan, tramado por su grupo de colaboradores más cercano en donde destacan periodistas, para obtener una especie de inmunidad ante el saber popular. Así, con esta metodología, se dejaron de lado distintos hechos que, de no haber sido Cornejo el ministro, pudieron haberse tornado en escándalo con ribetes nacionales.
Casos de gatillo fácil dibujados como defensa propia, asesinatos de mujeres “tapados” como hechos aislados por tráfico de drogas, o la visita de un colaborador de funcionarios y políticos a un sicario, fueron algunos de los hechos que el ex procurador trató de mantener fuera del alcance de los salteños para no dañar su gestión, para que no fuera cuestionado.
Pero el romance terminó, como en una pareja, de a poco. Primero con el escándalo de la financiera que tuvo a policías involucrados; luego con el caso de Darío Monges, y ahora con sus aspiraciones personales a ocupar el Sillón de Moldes, ese lugar que ostenta hoy Bettina Romero.