*Por: Rogelio López Guillemain
“Seamos libres, que lo demás no importa nada”. José de San Martín
Muchos dirán que exagero; que el gobierno está limitando solo un poquito nuestras vidas pero que no es para tanto; que lo hace por nuestro bien; que es un pequeño esfuerzo que nos piden para cuidar a todos, que no debemos ser tan egoístas. Todo suena muy loable pero, ¿es así?
Dice el diccionario que el totalitarismo es el “régimen político en el que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”… ¿de verdad crees que estamos muy lejos de esto? En el título expreso los principios que Alberdi plasmó en nuestra Constitución y que, cuando supimos cumplirlos, nos convirtieron en el país más próspero del mundo. Veamos:
El republicanismo asegura la división del poder del gobierno en tres estamentos; los cuales se limitan, controlan y fiscalizan entre sí. ¿Cuál es el fin de esta división? No permitir que un gobernante se haga con la suma del poder político pero, sobre todo, mantener al estado en una posición de subordinación ante el ciudadano de a pie. Hoy sucede exactamente lo opuesto.
En Argentina, el poder ejecutivo ha doblegado al legislativo y al judicial. La cobardía de los congresistas y de los jueces solo es igualada por su vanidad y por su avaricia. Lo novedoso es que este desbalance entre los poderes no se limita a la esfera nacional, también se da a nivel provincial e incluso municipal.
Tal es el caso del intendente de Malagueño, una pequeña localidad serrana de Córdoba, en la que no se contentó con multar a unos ciclistas de montaña que “osaron” en plena naturaleza, ¡sino que les secuestró sus bicicletas!, pasándose por “sus posaderas” el estado de derecho. Se ve que los cuises y los zorros del campo, cuando estornudan, son grandes difusores del coronavirus.
Cuando el estado se vuelve poderoso, el individuo deja de ser soberano y se vuelve esclavo. Cuando el estado ordena, el individuo obedece… hasta que muere o se rebela.
El federalismo dice que las provincias son fundamentalmente autónomas ydelegan ciertas y puntuales atribuciones al gobierno nacional. Lejos estamos de este principio. El presidente Fernández y sus lamedores adláteres deciden por todo el país. Nos imponen privaciones y restricciones no sólo a los ciudadanos, sino también a las autoridades provinciales y municipales, las cuales son incapaces de hacerles frente y defender a los vecinos que representan.
¿Y por qué no les hacen frente?, porque “billetera mata galán” y prefieren ser obsecuentes antes que honorables, prefieren arrastrarse que estar de pie.
Esto no es nuevo, valga como muestra el deleznable Juan Manuel de Rosas, quien sin ser presidente manejó a su antojo nuestro país e impuso sus propias condiciones. Disfrazado de federal, obligó a todas las provincias a comerciar a través del único puerto autorizado, el de Buenos Aires y cuando los comerciantes extranjeros quisieron saltear el puerto porteño, “inventó” la fábula de la soberanía nacional en riesgo, que hoy recordamos como la Vuelta de Obligado. No es extraño que quienes lo admiran y enaltecieron aquel atropello a las demás provincias, sean los mismos que hoy nos atropellan.
¿Y el estado de derecho?, bien gracias. Entendemos por estado de derecho aquel en el que cada persona está sujeta a la ley, incluidos los legisladores, el ejecutivo y los jueces. Es aquel en el que las autoridades del estado están limitadas estrictamente por un marco jurídico preestablecido que aceptan y al que se someten. Por lo tanto, toda decisión del gobierno ha de estar conforme a la ley y guiada por un absoluto respeto a los derechos individuales.
Está claro que cada día nos alejamos un poco más del estado de derecho. Está claro que el atropello ilegal, pero sobre todo ilegítimo, cometido por parte del gobierno para con nuestros derechos y libertades, es una forma de dictadura y aunque por los modos, se parezca más a una dictablanda, no deja de ser una expresión del mismo despotismo que siempre mostraron, a lo largo de nuestra historia, los miembros de este partido.
Hemos perdido… no… hemos abandonado indolente e irresponsablemente los principios que Alberdi plasmó en la Constitución como anticuerpos contra los despotismos. Hemos dejado que una caterva de delincuentes, patoteros y corruptos impunes tomen el control de nuestras vidas… ¡y nos quedamos de brazos cruzados!
Es tiempo de recuperar la República, es tiempo de volver a ser Federales; es tiempo de exigir el cumplimiento del Estado de Derecho. Por eso, hoy, más que nunca, es tiempo de desatar La Rebelión de los Mansos.