03 agosto, 2025

Cuando Stalin condenó a morir de inanición a más de 4 millones de ucranianos

Los orígenes de la hambruna que provocó el genocidio yacen en la decisión del líder soviético Joseph Stalin para colectivizar la agricultura en 1932. Durante el periodo hubo más de 4 millones de muertos por hambre.
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Los orígenes de la hambruna que provocó el genocidio yacen en la decisión del líder soviético Joseph Stalin para colectivizar la agricultura en 1932. Durante el periodo hubo más de 4 millones de muertos por hambre.

La situación de los campesinos ucranianos comenzó a ser desoladora a comienzos de la primavera de 1932. Apenas había alimentos básicos que llevarse a la boca; a los niños les hinchaba el estómago a causa del hambre y muchas familias se vieron obligadas a subsistir a base de una dieta de hierba y bellotas. La Unión Soviética, ese mecanismo infalible, igualitario, que había puesto en marcha los planes de colectivización agraria, patinaba en sus políticas. Sus camaradas sucumbían ante la escasez, ¿y qué se hizo desde Moscú? Nada, simplemente tapar las muertes con silencio.

Algunos campesinos, ya sin nada a lo que agarrarse, escribieron al Kremlin en busca de una solución divina: “Honorable camarada Stalin, ¿hay alguna ley del Gobierno soviético que establezca que los aldeanos deban pasar hambre? Porque nosotros, los trabajadores de las granjas colectivas, no hemos tenido una rebanada de pan en nuestra granja desde el 1 de enero (…) ¿Cómo vamos a construir la economía del pueblo socialista si estamos condenados a morir de hambre? ¿Para qué caímos en el frente de batalla? ¿Para pasar hambre? ¿Para ver a nuestros hijos sufrir y morir de inanición?”.

Sin embargo, las respuestas nunca llegarían. El balance final sería escalofriante: entre 1931 y 1934 al menos cinco millones de soviéticos murieron de hambre. Ese período se ha definido como Holodomor, un término derivado de las palabras ucranianas hólod (hambre) y mor (exterminio). Y es que si hubo un lugar en el cual las muertes se registraron de forma imparable -también dentro de su élite política e intelectual-, ese fue Ucrania, con más de cuatro millones de víctimas. Estos asesinatos -por dejación en unos casos, premeditados en otros- no tuvieron nada que envidiarle a las purgas de Stalin.

Sobre estos oscuros acontecimientos gira la última obra de la aplaudida escritora Anne Applebaum, Hambruna Roja, un relato minucioso, basado en multitud de testimonios y archivos clasificados, de cómo las políticas articuladas desde el Kremlin fueron las propias causantes del exterminio humano, por mucho que quisiese ocultarse.

Y de ahí se arrastran conflictos que todavía permanecen en el presente: “La combinación de estas dos políticas -el Holodomor en el invierno y la primavera de 1933, y la represión de la clase intelectual y política ucraniana en los meses posteriores- dio lugar a la sovietización de Ucrania, la destrucción de su idea nacional y la castración de cualquier intento ucraniano de desafiar la unidad soviética”, sostiene la Pulitzer en la categoría de no ficción por Gulag.

Applebaum ha sido capaz de construir una escalofriante travesía por el sufrimiento al que hubo de enfrentarse esta gente, sola, desamparada, sin nada que comer y a la que no se le permitió huir a otras zonas más prósperas. Los testimonios que se van encadenando en el libro son puro dolor, inhumanidad, que describen comportamientos impensables para el ser humano, como cuando en las zonas rurales se generalizó el canibalismo “incluso hay registrados de padres que devoraban a sus hijos” o la necrofagia, el consumo de cadáveres que habían fallecido de inanición.

Resulta escalofriante la historia de una señora de cincuenta años, que habitaba en el distrito de Bohuslavski, y le cortó el cuello a un niño de doce años para descuartizarlo. Cuando un vecino la vio con los órganos y otras partes del cuerpo del joven, se tragó la película de que procedían de un ternero. Cocinaron para toda la familia, se comieron el corazón asado y cuando el anciano rebuscó en la bolsa para ver qué cachos más de carne podían ser desaprovechados, se topó con la realidad.

El hambre llegó a un nivel semejante que muchos ucranianos se vieron impulsados a actitudes salvajes. Esos efectos de la hambruna los describió el escritor Vasili Grossman en Todo fluye: “Al principio el hambre te echa de casa. Primero es un fuego que te quema, te atormenta, te desgarra las tripas y el alma: el hombre huye de casa (…) Luego llega el día en que el hambriento vuelve atrás, se arrastra hasta casa. Esto significa que el hambre le ha vencido, aquel hombre ya no se salvará. Se mete en la cama y permanece tumbado. Una vez el hambre lo ha vencido, el hombre ya no se levantará, no solo porque ya no tenga fuerzas: le falta interés ya no quiere vivir. Se queda tumbado en silencio y no quiere que nadie lo toque. El hambriento no quiere comer (…) no quiere que le molesten: quiere que le dejen en paz”.

Estatua dedicada a las víctimas del Holodomor

Mijaíl Shólojov, otro novelista soviético de renombre, remitió a Stalin varias cartas en las que describía este fenómeno, visto con sus propios ojos en algunas zonas rurales del Cáucaso septentrional: “Los kolsojianos y los granjeros particulares se están muriendo de hambre a partes iguales; los adultos y los niños están hinchados y comen cosas que ningún ser humano debería comer jamás, desde carroña hasta la corteza de los robles y todo tipo de raíces embarradas”. En otros escritos posteriores, Shólojov también se quejaba al líder soviético de las purgas del Partido Comunista entres sus afiliados de base.

“Usted solo ve un asunto de la cuestión”, le respondió Stalin. “Los productores de cereal de su región (y no solo de la suya) están llevando a cabo un sabotaje y dejando al Ejército rojo sin cereal”.

Esos hombres, granjeros aparentemente inofensivos, estaban, según su versión, librando “una guerra silenciosa contra el poder soviético”. La única explicación que dio Stalin, como bien señala Applebaum, fue agarrarse a las teorías conspirativas: “Los que se estaban muriendo de hambre no eran inocentes, al contrario, eran traidores, saboteadores, estaban conspirando para debilitar la revolución proletaria”.

Prisioneros en un Gulag

El pasado domingo se conmemoró en Ucrania el 86 aniversario del Holodomor.

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, dijo que la humanidad aún no tiene palabras para describir el dolor que sintieron los ucranianos durante la hambruna.

“Hoy rendimos homenaje a las víctimas del Holodomor, el crimen de genocidio perpetrado por el régimen estalinista totalitario contra nuestro pueblo, contra el pueblo de Ucrania”, expresó Zelenskiy.

*Fuente: El Español

Redacción

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Luis Brandoni fue distinguido como Personalidad Emérita de la Cultura Nacional y donó el premio a La Casa del Teatro

El actor Luis Brandoni, de 85 años, fue homenajeado en la tarde del lunes en la cúpula del Palacio Libertad y recibió el reconocimiento de la Secretaría de Cultura como “Personalidad Emérita de la Cultura Nacional”. En ese marco, decidió donar el premio monetario de 1 millón de pesos a La Casa del Teatro.

“He decidido que el premio que se me está otorgando en este momento darle un destino distinto a quedármelo”, destacó Brandoni durante la ceremonia. El actor explicó su decisión en el mismo acto junto a la presidente de La Casa del Teatro, Linda Peretz.

Peretz agradeció el gesto y remarcó el impacto para los residentes de la institución. “Muchas gracias, siempre involucrándote para que los compañeros, sus pares, estén contentos, tranquilos, sanos, en una posición digna de que en esta vida la gente que vive en la Casa del Teatro son compañeros de verdad, compañeros míos, que no tuvieron la suerte de tener un pasar o una vejez digna y entonces viven en la Casa del Teatro. Yo agradezco muchísimo que un compañero como Brandoni se involucre de esta manera”.

Redacción

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La Biblioteca de Alejandría y el Smartphone

*Por Rogelio López Guillemain

La Biblioteca de Alejandría fue construida en el siglo III A.C. por Ptolomeo I, quien fue el fundador de la dinastía ptolemaica de Egipto. ¿Y por qué este monarca tenía tanto interés en el saber?  La respuesta se encuentra en su pasado.

Ptolomeo fue uno de los generales de mayor confianza de Alejandro Magno, quien tenía una gran devoción por la cultura y el saber. Estos intereses del macedonio se evidencian cuando repasamos su biografía y observamos que mantuvo siempre una actitud abierta y respetuosa de los usos y costumbres de los pueblos conquistados, incluso cuando esta disposición provocara resistencia entre su estado mayor, y por las remesas de animales y plantas exóticas que le enviaba a su maestro de la juventud, nada más y nada menos que el mismísimo Aristóteles.

La intención de Ptolomeo era la de reunir todo el saber del mundo en un solo lugar. Para ello retenía todo escrito que llegaba al puerto, lo traducía al griego y luego se lo devolvía a su dueño. 

Un detalle interesante acerca de este emprendimiento es que se financiaba, al menos en parte, con la venta de copias de los libros (papiros). En aquella época, el tener una biblioteca era un signo de estatus social muy importante, cuanto más grande fuese ésta, mayor nivel aristocrático de su dueño, por lo que la venta de libros resultaba ser un negocio muy rentable.

– “Alejandro Magno en el Templo de Jerusalén” / Sebastiano Conca

Grandes sabios de la antigüedad se nutrieron del saber en la biblioteca de Alejandría y sus logros influyeron en cientos de científicos a través de los siglos.  Algunos de ellos fueron:

  • Euclides – Matemático, considerado el “padre de la geometría”
  • Eratóstenes – Aseguró que la Tierra era redonda y calculó con bastante precisión su tamaño.  Fue bibliotecario en jefe.
  • Aristarco de Samos – Propuso la teoría heliocéntrica, o sea, aseguraba que la Tierra giraba alrededor del Sol.
  • Apolonio de Rodas – Poeta y estudioso, autor de Las Argonáuticas.

Es interesante saber que la biblioteca no era una institución única y aislada, era el epicentro de algo más grande; la biblioteca era el corazón del Museion, palabra de la que deriva museo y que significa “lugar consagrado a las musas”.

– “Apolo y las musas” / Nicolas Poussin

Las musas eran 9 divinidades que fueron engendradas en 9 encuentros amorosos consecutivos protagonizados por Zeus y su hermana Mnemósine, representaciones del poder y la memoria respectivamente. Las musas eran quienes inspiraban las artes, las ciencias y la memoria.  Estas eran: 

  • Alíope – poesía épica.
  • Clío – historia.
  • Erato – poesía lírica y amorosa.
  • Euterpe – música y poesía lírica.
  • Melpómene – tragedia.
  • Polimnia – himnos y poesía sagrada.
  • Talia – comedia y poesía pastoral.
  • Terpsícore – danza y coro.
  • Urania – astronomía.

Como podemos ver, el proyecto de Ptolomeo era mucho más ambicioso que la simple acumulación de los saberes del mundo. El faraón pretendía aglutinar en su ciudad toda la cultura del orbe.

La relación entre la biblioteca de Alejandría con esta suerte de nueva biblioteca portátil llamada Smartphone, resulta ser más que evidente. Sin embargo, me gustaría puntualizar un par de cosas en esta correlación.

Primero el alcance del contenido. La biblioteca de Alejandría era de uso exclusivo para un grupo selecto de individuos, el resto de las personas podían concurrir a las llamadas “bibliotecas hijas”, una suerte de sucursales que existían fuera del Museiom y que por supuesto tenían mucho menos material que la biblioteca central. 

Otro punto fundamental que debemos considerar con respecto a estas bibliotecas secundarias es el hecho de que muy pocas personas sabían leer, ¡y menos aún en griego! Que estuviesen abiertas al público analfabeto era inútil. Por lo que podemos inferir que la “democratización” actual del saber no se debe al libre acceso a la información, sino al proceso educativo masivo de la población.

Pero no todo lo actual es color de rosa. En aquel entonces, las personas concurrían a la biblioteca en procura de sabiduría. Había en general cierto purismo en la búsqueda del desarrollo personal, tanto material como espiritual. En cambio, hoy el Smartphone nos abre las puertas tanto del cielo como del infierno. 

En su pantalla tenemos acceso a tanto material que no nos alcanzarían 100 vidas para recorrerlo, y gran parte es gratuito. Podemos disfrutar del arte o aprender prácticamente cualquier cosa de cualquier tema; o por el contrario, podemos perder el tiempo en idioteces o peor aún, alimentar nuestros más bajos impulsos.

Con respecto a esto último surge esta pregunta que se repite incesantemente: ¿Debemos regular el contenido de las redes o restringir el uso de los celulares en las aulas? 

Definitivamente no. Estas medidas no solo resultan ineficientes, sino que incluso son contraproducentes: nada resulta más tentador que lo prohibido.

La clave no está en la oferta sino en la demanda. La solución la alcanzaremos cuando todos y cada uno de nosotros nos comportemos como individuos virtuosos y simplemente no consumamos lo que no hay que consumir, cuando invirtamos nuestro tiempo y no lo desperdiciemos. 

Soy consciente de que esto es muy difícil, la dopamina que libera el consumo de las redes es muy adictiva, tan adictiva como el consumo de drogas, tabaco o alcohol.

¿Suena fantasioso esperar que las personas se comporten como adultas y sean responsables de su propio futuro y de su propia salud mental? Quizás lo sea, pero no resulta más fantasioso que el imaginar que las prohibiciones han de funcionar cuando nunca, en ningún tiempo o lugar de la historia de la humanidad lo hicieron.

Redacción

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