A 30 años de la caída del Muro de la Vergüenza

El 9 de noviembre de 1989 el mundo presenciaba este hecho histórico que cambiaría el rumbo de los tiempos.
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El 9 de noviembre de 1989 el mundo presenciaba este hecho histórico que cambiaría el rumbo de los tiempos.

Cuando el 9 de noviembre de 1989 Gunter Schabowski, vocero del gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) pronunció la frase “ahora, de inmediato”, en respuesta a un periodista sobre la vigencia de una nueva normativa para que los alemanes del Este pudieran viajar a Occidente, se desató uno de los momentos clave de la historia del siglo XX: la caída del Muro de Berlín.

Poco después de las 20, toda Alemania estaba clavada frente a los televisores o escuchando la radio. El punto de quiebre fue el título catástrofe del noticiero Tagesschau, el más visto: “La RDA abre la frontera”.

Esa noche, el pulso de Alemania y del mundo se detuvo para pasar luego a una explosión de júbilo. Aunque en los primeros momentos hubo dudas, desconfianza sobre las intenciones del gobierno, rápidamente miles de berlineses del Este se presentaron en los puestos de control para exigir pasar “al otro lado”.

En esos momentos de confusión y entusiasmo, ni las tropas de control de fronteras ni los funcionarios del ministerio encargados de regular la nueva disposición estaban informados. Es que Schabowski había cometido un error, quizás una mala pasada de su inconsciente: la medida debía comenzar a ejecutarse 24 horas después.

Perímetro del Muro de Berlín

De todas maneras, aún sin una orden concreta, sólo bajo la presión de la gente, el punto de control de Bornholmerstrase fue el primero en abrirse a las 23, seguido de otros pasos tanto en Berlín como a lo largo de la frontera con la entonces República Federal Alemana (RFA).

En muchos casos los ciudadanos de la RDA, verdaderas muchedumbres cuyo volumen se acrecentó al paso de las horas, con picos y martillos emprendieron la destrucción del Muro para pasar al Oeste sin esperar que los policías levantaran las vallas.

La historia registró que el fotógrafo Aram Radomski y el defensor de los derechos humanos Siegbert Schefke fueron los primeros berlineses del Este en cruzar hacia el ansiado Oeste.

Como el resto de sus conciudadanos, contribuyeron a poner punto final a la llamada Guerra Fría -hallazgo semántico del siempre agudo ex primer ministro británico Winston Churchill- sin un solo disparo de armas de fuego.

“Donde crece el peligro crece la salvación”, escribió el poeta alemán de fines del siglo XVIII Friedrich Holderlin, algo que muchos de sus compatriotas habrán tomado como consigna desde que en la noche del 12 de agosto de 1961 se consumó la división del país al comenzar la construcción del también llamado Muro de la vergüenza.

En breve, el Muro fue una construcción de cemento y hierro de cinco metros de altura, coronado con alambre de púas y torretas de vigilancia, nidos de ametralladoras y campos minados.

Llegó a ser un complejo sistema de vigilancia que incluyó vallas electrificadas y que se extendió a lo largo de 155 kilómetros.

Paralelo al Muro estaba la “franja de la muerte”, llamada así porque estaba integrada por un foso, una alambrada, una calle por la que patrullaban permanentemente vehículos militares de vigilancia, sistemas de alarma y patrullas con perros. En este caso, la dotación no era menor: llego a contar con más de mil ejemplares de ovejero alemán. Todo funcionando las 24 horas del día.

Durante esos 28 años, aproximadamente cinco mil personas consiguieron cruzar al lado occidental. Otros tantos fueron capturados, muchos heridos, y no menos de 190 murieron en el intento, aunque la cifra exacta nunca pudo ser determinada.

En los meses previos a los acontecimientos del 9 de noviembre, varias decenas de miles de alemanes del Este habían huido del país hacia Hungría, y luego hacia Austria para llegar finalmente al territorio de la RFA, utilizando como cobertura su visado como turista.

Paralelamente, grandes manifestaciones pacíficas reclamando libertades políticas y democracia se sucedieron en varias ciudades, con Leipzig como estandarte.

La llegada de Mijail Gorbachov a la poltrona del Kremlin, en 1985, iniciando una política de apertura al ritmo de la glasnot (transparencia) y la perestroika (reestructuración) completó el círculo de hierro que provocó la caída del Muro y del régimen.

Hubo una frase pronunciada por los berlineses del Oeste que quedó grabada en muchos de los corazones de sus vecinos del Este al ser recibidos al otro lado del Muro, en esa jornada primero tensa, luego apoteótica, sin duda histórica, en muchos casos con una cerveza que acompañaba el consabido abrazo: “Estamos felices que hayan regresado a casa”.

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“El Islam es la peor peste que le ha ocurrido a la humanidad” | La advertencia del jesuita que unió ciencia y fe para denunciar la decadencia de Occidente

El sacerdote jesuita Manuel María Carreira fue un hombre de ciencia, pero también un provocador en el mejor sentido de la palabra. Doctor en Astrofísica por la Universidad de Georgetown, miembro durante quince años del Observatorio Vaticano y asesor de la NASA, dedicó su vida a demostrar que fe y razón no eran caminos opuestos. 

En una entrevista concedida en 2016 al diario El Español, sus palabras sacudieron al mundo religioso y académico: “El Islam es la peor peste que le ha ocurrido a la humanidad en los últimos dos mil años”.

Lo decía sin cálculo ni deseo de escándalo. Su tono era el de quien reflexiona más que el de quien acusa. En esa conversación explicó que su juicio nacía de la observación histórica y cultural: El islam “es totalmente incapaz de establecerse dentro del mundo con respeto a los derechos humanos. O acepta uno su modo de pensar o es un infiel y hay que asesinarlo. Eso es lo que se traduce del modo de actuar, como mínimo, de una porción importante de quienes aceptan el islam.” 

Su crítica, más que religiosa, era civilizatoria. Apuntaba a la imposibilidad de integrar una cosmovisión teocrática con las libertades individuales que Occidente había conquistado tras siglos de conflictos y revoluciones.

– Manuel María Carreira, “el científico con sotana”

Carreira hablaba como filósofo y científico, pero también como hombre de fe que veía con alarma el proceso de secularización europea: “Nuestra ética es de base cristiana y el Estado debe tener en cuenta esos principios. Hoy se están borrando las raíces espirituales que dieron sentido a la civilización occidental”. No era una defensa clerical de la Iglesia, sino una advertencia sobre el vaciamiento moral que acompaña a las sociedades sin referencias trascendentes.

Ese diagnóstico se volvió profético. Casi una década después, Europa vive una crisis de identidad que Carreira anticipó con claridad. Según el informe TE-SAT 2024 de Europol, en 2023 se registraron 120 incidentes terroristas dentro de la Unión Europea, de los cuales 98 fueron ataques completados, 9 fracasaron y 13 fueron abortados. Francia, Bélgica y Alemania se mantienen entre los países más afectados por intentos de radicalización yihadista. En paralelo, las tensiones por la inmigración, el debate sobre los límites de la libertad religiosa y la creciente polarización política han erosionado el consenso sobre qué valores sostienen a Europa.

Carreira consideraba que esa pérdida de convicciones era más peligrosa que cualquier fanatismo. “No podemos convertir la fe en elemento político —decía—, pero tampoco pretender que la moral pública flote en el aire, sin raíces. Cuando una civilización deja de creer en algo, deja de defenderse”. Su visión coincidía con la de Benedicto XVI, quien había advertido que “una razón desvinculada de la fe termina devorándose a sí misma”.

Su pensamiento incomodó tanto a progresistas como a conservadores. Defendía la secularización “en la medida en que el Estado no imponga una creencia”, pero rechazaba el laicismo militante que reduce la religión a superstición. Sostenía que “la tradición española —y europea— es cristiana, y negarlo es negar la historia”. También se mostraba crítico con ciertas prácticas islámicas cuando contradecían la igualdad ante la ley: “Si un musulmán quiere tener varias esposas, el Estado debe intervenir, porque tendría consecuencias sociales no aceptables.”

Para Carreira, el islam no era una religión en el sentido teológico que él comprendía desde la filosofía cristiana. “Nació como un cristianismo descafeinado”, explicó en la entrevista. “Quitaban lo que no entendían: la Trinidad, la Encarnación. Hicieron un cristianismo reducido a lo mínimo, pero siempre con el deseo de apartar la idolatría. No tienen una teología propia, sino un modo de pensar elemental que les sirve para andar por casa.” No había en sus palabras odio, sino la convicción —discutible, pero intelectualmente honesta— de que el islam no había producido un modelo de sociedad compatible con la libertad moderna.

Su análisis resuena hoy no solo en Europa. En la Argentina, aun sin conflictos religiosos de aquella magnitud, la secularización avanza de modo sostenido. Según la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina (CONICET–UNC, 2023), la proporción de personas que se declara “sin religión” pasó del 11,3% en 2008 al 21,8% en 2023, prácticamente el doble en quince años. Más que un dato demográfico, ese desplazamiento expresa un vaciamiento simbólico: la pérdida de referencias morales compartidas, la sustitución de la trascendencia por el consumo y el debilitamiento del vínculo con las instituciones tradicionales

Carreira veía en ese vacío una amenaza mayor que cualquier enemigo externo. Decía que “una sociedad sin sentido trascendente se vuelve incapaz de distinguir el bien del mal”. No se trataba de imponer dogmas, sino de preservar la conciencia de que la libertad necesita un fundamento ético. Su crítica al islam, en el fondo, era una advertencia sobre nosotros mismos: sobre lo que ocurre cuando una cultura deja de creer en algo y entrega su destino al relativismo.

Murió en 2020, convencido de que Europa había comenzado su decadencia espiritual. Sus palabras, reavivadas en redes sociales, vuelven a dividir aguas. Algunos lo consideran un pensador lúcido que vio venir el choque cultural entre Occidente y Oriente; otros, un polemista que traspasó la línea del respeto. Pero su diagnóstico persiste con inquietante actualidad: el conflicto no es solo entre religiones, sino entre una fe que se impone y otra que se disuelve.

María Corina Machado ganó el Nobel de la Paz por su “figura de unidad” en Venezuela

El Comité Noruego del Nobel anunció que María Corina Machado ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz por “su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo venezolano y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”.

El Comité Nobel destacó que Machado se ha erigido como “líder de las fuerzas democráticas en Venezuela” y “una figura de unidad en una oposición política que antes estaba dividida”. En las primarias opositoras de octubre de 2023, obtuvo una victoria abrumadora con el 92,35% de los votos, consolidándose como la candidata predilecta.

Sin embargo, fue inhabilitada por el régimen de Nicolás Maduro para participar en las elecciones presidenciales de julio de 2024. Esta inhabilitación fue ampliamente condenada por organismos internacionales como la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea y Human Rights Watch. En un gesto de sacrificio político, Machado cedió su lugar al diplomático Edmundo González Urrutia como autoridad de la oposición.

The Nobel Prize on X (formerly Twitter): “BREAKING NEWSThe Norwegian Nobel Committee has decided to award the 2025 #NobelPeacePrize to Maria Corina Machado for her tireless work promoting democratic rights for the people of Venezuela and for her struggle to achieve a just and peaceful transition from dictatorship to… pic.twitter.com/Zgth8KNJk9 / X”

BREAKING NEWSThe Norwegian Nobel Committee has decided to award the 2025 #NobelPeacePrize to Maria Corina Machado for her tireless work promoting democratic rights for the people of Venezuela and for her struggle to achieve a just and peaceful transition from dictatorship to… pic.twitter.com/Zgth8KNJk9

Machado se convierte así en la segunda venezolana en ganar un Premio Nobel, después del inmunólogo Baruj Benacerraf, quien ganó el Nobel de Fisiología o Medicina en 1980. Aun así, es la primera venezolana en ganar el Nobel de la Paz y representa un reconocimiento histórico a la lucha democrática en América Latina.

Antes del Nobel, Machado ya había recibido reconocimiento internacional por su valentía y liderazgo democrático. En septiembre de 2024, el Consejo de Europa le otorgó el prestigioso Premio Václav Havel de Derechos Humanos, convirtiéndose en la primera latinoamericana en recibir este galardón. Su hija Ana tuvo que recoger el premio en su nombre en Estrasburgo, ya que Machado se encuentra bajo amenaza constante en Venezuela.

“La verdad persiste hasta prevalecer”, declaró Machado, tras recibir la condecoración.

Las elecciones presidenciales venezolanas del 28 de julio de 2024 se convirtieron en un momento definitorio para la democracia venezolana. A pesar de estar inhabilitada, el liderazgo de Machado fue clave para que la oposición obtuviera casi dos tercios de los votos, según múltiples evidencias y análisis independientes.

María Corina Machado Parisca, nacida el 7 de octubre de 1967 en Caracas, es una ingeniera industrial, política y activista venezolana que se ha convertido en el rostro más visible de la oposición democrática al régimen de Maduro. Es fundadora y coordinadora nacional del movimiento político Vente Venezuela y cofundadora de la organización civil Súmate, dedicada a la defensa de los derechos electorales.

Su trayectoria política comenzó hace más de dos décadas cuando, en 2002, cofundó Súmate, una ONG enfocada en promover la transparencia electoral y la participación ciudadana. Esta organización jugó un papel crucial durante el referendo revocatorio de 2004 contra Hugo Chávez, donde colaboraron en la recolección de cerca de 4 millones de firmas.

En 2010, Machado fue elegida diputada de la Asamblea Nacional por el estado Miranda con la mayor votación individual a nivel nacional. No obstante, en 2014 perdió su investidura parlamentaria tras aceptar un cargo como representante alterna de Panamá ante la Organización de Estados Americanos, lo que las autoridades venezolanas interpretaron como una violación constitucional.

El régimen de Maduro anunció su victoria sin presentar las actas electorales que lo comprobaran, desatando el repudio de gran parte de la comunidad internacional. La oposición, liderada por González Urrutia como presidente electo y con Machado como figura estratégica, publicó copias de las actas oficiales de la mayoría de los centros de votación, demostrando una victoria aplastante de la oposición.

El Centro Carter, observador internacional de las elecciones, no pudo verificar los resultados del Consejo Nacional Electoral y declaró que las elecciones no cumplían con los estándares democráticos internacionales. Múltiples análisis mediáticos encontraron que los resultados oficiales eran estadísticamente improbables y carecían de credibilidad.

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