Los mercados globales están siendo sacudidos por el doble shock del coronavirus y el derrumbe del precio del petróleo. Las organizaciones multilaterales (como la OCDE y el FMI) están reduciendo sus pronósticos de crecimiento para 2020 mientras abogan por una respuesta política rápida y significativa. Los bancos centrales asumieron la responsabilidad, pero con poco espacio para maniobrar (tasas de política monetaria cercanas a cero), las herramientas no convencionales (QE) y el impulso fiscal serán necesarios para amortiguar el impacto. Mientras tanto, los mercados financieros operan bajo estrés, con una dinámica típica de “flight to quality”.
Argentina no está desacoplada de la economía global y estos shocks plantean riesgos para el panorama económico. Por el lado financiero, la reacción inicial fue similar a la observada en otros países emergentes: caída de la Bolsa, depreciación de la moneda (cotizaciones no oficiales) e incremento del riesgo país. Esto presiona aún más la frágil situación económica, aquejada principalmente por el tema de la deuda.
En lo que refiere a la “economía real”, aún sin arriesgar cifras pueden hacerse varias apreciaciones. Mirando la parte positiva, los precios más bajos del petróleo deberían reducir los subsidios públicos al sector energético, ayudando en el frente fiscal. El impacto general dependerá de si el Gobierno implementa o no políticas de precios mínimos, si es que los precios del petróleo se mantienen bajos.
Por el lado negativo, el shock de los términos de intercambio y el menor crecimiento global afectarán las exportaciones de Argentina. La mayoría de los precios de los commodities han caído en 2020, con la soja (el principal producto de exportación de Argentina) disminuyendo 9%. Las interrupciones económicas debidas a la pandemia afectarán las perspectivas de crecimiento, reduciendo la demanda de productos argentinos. Hacia delante, habrá que monitorear la actividad de socios comerciales relevantes como Brasil, China, EE. UU. y la UE, que representan casi la mitad de las exportaciones de 2019.
También habrá un impacto directo del coronavirus sobre la economía local. El Gobierno parece enfocado en minimizar o desacelerar el contagio del virus en la población, por lo que podría imponer medidas drásticas de distanciamiento social. Pero lo que es bueno para la salud tiene efecto pernicioso para la economía. Cuánto más extrema la medida y más prolongada en el tiempo, mayor el freno de la actividad, profundizando el bajón económico que traemos desde 2018. Habrá firmas que tendrán (aún más) problemas para cubrir sus costos o cumplir con sus obligaciones financieras. Y también hay que pensar qué pasará con quienes se mueven fuera de la economía formal. Imponer distanciamiento social extremo no es una decisión fácil que pueda (o deba) tomarse a las apuradas, sobre todo porque también tendrá costo fiscal.
Precisamente, el doble shock dañaría la precaria situación fiscal. Menos exportaciones, menor generación de divisas. Menor crecimiento, menor recaudación. Y, por si fuera poco, habrá aumento del gasto público (al menos para mitigar parte del daño). Si el Gobierno tenía un “plan macroeconómico integral y consistente” para hacer frente al servicio de la deuda en un escenario de reestructuración, tendrán que recalcular la trayectoria. Porque cualquier quita ofrecida con el plan original necesariamente tendrá que reevaluarse. La negociación de la deuda ahora enfrenta un cuadro más complicado porque la economía argentina está más complicada. Pero también porque el escenario financiero aumenta la probabilidad de que aparezcan los fondos buitres, porque el riesgo sistémico seguirá siendo alto y porque la tasa de interés post-reestructuración podría ser suficientemente alta como para impedir que Argentina recupere el acceso al mercado crediticio global. ¿El default es una certeza? No, pero las chances de ese escenario han aumentado. El Gobierno podrá culpar a Mauricio Macri por la herencia recibida, defaultear y hacer una suerte de “borrón y cuenta nueva”. Sin embargo, el mundo no es el mismo que asomaba tras la crisis de la Convertibilidad y la economía lo va a sentir.
*Fuente: El Economista – Matías Carugati