Durante ese extenso derrotero debió superar momentos difíciles, que amenazaron con borrar su existencia de la faz de la tierra: el golpe del 30 que desplazó a Hipólito Yrigoyen, la división interna que lo fracturó y enfrentó a sus dos líneas internas –personalistas y antipersonalistas- en la Década Infame, una nueva división entre lo que terminaría siendo la Unión Cívica Radical del Pueblo y la Unión Cívica Radical Intransigente durante los años del primer peronismo, los nuevos golpes en los 60 -“blando” contra Frondizi, tradicional contra Illía-, y las salidas anticipadas de Raúl Alfonsín y de Fernando de la Rúa de la presidencia de la Nación. De sus divisiones surgieron el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Intransigente y la Coalición Cívica, entre otros armados partidarios que no consiguieron quebrar el tronco original.
A 130 años de su creación, el radicalismo mira el futuro con optimismo: después de un largo período de oscuridad, tiene cuatro candidatos presidenciables –Alfredo Cornejo, Gerardo Morales, Martín Lousteau y el ex neurólogo de CFK, Facundo Manes-. Mientras que el Pro se desangra en una interna voraz que amenaza su estallido o su declinación, la UCR imagina que este es su momento. En el pasado supo nutrirse de los votos de Perón para que Frondizi llegara a la presidencia, del clima de renovación política que instaló el Frente Grande en los años del menemismo para terminar desplazándolo y coronar a Fernando de la Rúa en los 90. ¿Habrá llegado la hora de abandonar su condición de furgón de cola de Juntos por el Cambio para asumir la hegemonía dentro de la coalición opositora, y proyectarse hacia un retorno institucional protagónico?
El radicalismo ha tenido la virtud de reinventarse y de convertir a sus grandes fracasos en triunfos éticos con el paso del tiempo. Las salidas anticipadas del poder institucional fueron presentadas como la confirmación del slogan de su fundador, Leandro N. Alem: “Que se rompa, pero que no se doble”. Sus gestiones nacionales no fueron exitosas en el balance, a excepción de su líder más “maldito” en la interna y más efectivo en la práctica, Marcelo T. de Alvear, siempre invisibilizado dentro del relato partidario. Sin embargo, con el paso del tiempo el relato radical que consiguió imponerse en el sentido común fue el de la moralidad, el compromiso con la democracia y los derechos humanos y con la república. Aunque Yrigoyen impulsara en 1928 lo que luego se conocería como el pacto Roca-Runciman en 1933, pero que el Congreso argentino aprobó durante la segunda gestión de Yrigoyen como D’Abernon–Oyhanarte, y que sólo por milagro la crisis del 29 impidió que el parlamento inglés lo refrendara. Aunque Frondizi e Illía llegaran al gobierno gracias a la prohibición del peronismo. Aunque formara parte de la coalición que más daño le hizo al país en democracia: Cambiemos.
En sus sucesivas reinvenciones, ese relato sostenido sobre la ética y los valores republicanos terminó instalándose. El Alfonsín del juicio a las juntas militares ocultó finalmente al de las leyes de Obediencia debida, Punto Final y la hiperinflación de 1989. El radicalismo consiguió convertir en cualidad su debilidad para sostener los embates que llegaban desde afuera, presentándola como una virtud: la coherencia con su lema fundador. Así retuvo su base electoral: confrontando al pretendido “principismo” radical con el pragmatismo peronista.
Paradójicamente, el “internismo” siempre fue su talón de Aquiles. El propio Juan Domingo Perón definió con ironía que una gestión presidencial para el radicalismo era “un mal momento entre dos internas”. Los casos se reiteraron: Yrigoyen contra su tío Leandro N. Alem, que lo terminaría llevando al suicidio. Alvear contra Yrigoyen. Balbín contra Frondizi, Illía o Raúl Alfonsín. Los ataques y el abandono partidario a quienes detentaron la presidencia, que llegaron a ser conmovedores en la gestión de Fernando de la Rúa. Y esto sin contar las múltiples rencillas y componendas internas a todo nivel, a lo largo del territorio nacional.
Hoy mismo, cuando la alternativa de desplazamiento del Pro de la conducción de Juntos por el Cambio parece estar al alcance de la mano, el radicalismo de la CABA se fractura entre quienes se colocan a la sombra de Mauricio Macri a través de Patricia Bullrich –con Luis Brandoni a la cabeza- y la conducción partidaria porteña que pone sus fichas en un acercamiento siempre condicionado a Horacio Rodríguez Larreta.
Y, pese a todo, el radicalismo tiene hoy en día su gran chance de volver a asumir rol protagónico con Facundo Manes como mascarón de proa. Manes no viene de la política, no está expuesto a carpetazos, tiene prestigio profesional. Es el candidato ideal para el electorado de la coalición, y así lo entienden sus adversarios internos en la carrera por la presidencia en 2023: Cornejo, Morales y Lousteau. Ya habrá tiempo para dirimir las candidaturas para la primera magistratura más adelante.
La candidatura de Manes también resulta instrumental para el macrismo, en su empeño por evitar que Horacio Rodríguez Larreta se quede con el control de la provincia de Buenos Aires a través de su candidato Diego Santilli. No en vano el propio Jorge Macri hizo saber que, en caso de tener que resignar su postulación para encabezar la lista de diputados nacional, estaría dispuesto a apoyar al neurocirujano en la interna. Tampoco ha sido gratuito el alineamiento de los referentes del radicalismo con el macrismo en la última reunión de cúpula de Juntos por el Cambio: Rodríguez Larreta no consiguió cambiar el nombre de la coalición, ni tampoco imponer su propuesta de bajar los porcentajes requeridos en las PASO para capturar a los libertarios y a peronistas disidentes. ¿Para qué abrir el juego a otras fuerzas que podrían incomodar a la base electoral del radicalismo, justo en el momento en que están dadas las condiciones para quedarse con el control de la alianza?
El radicalismo avanza paso a paso, con la paciencia y la experticia que le otorgan sus 130 años de vida. Por esta razón recibió un tirón de orejas y fue obligado a borrar una publicación en su cuenta de Twitter el presidente de la Juventud Racial Bonaerense, Manuel Cisneros, en el que arengaba en tono triunfalista: “Vidal es deserción, Santilli es invasión. Facundo es candidato para la liberación”. Una afirmación que amenazaba con exponer a la UCR en enfrentamiento directo con el larretismo y colocaba en situación de precariedad extrema a cientos de radicales que desempeñan funciones institucionales en la CABA y en los municipios administrados por el Pro.
Ésta última razón, aparentemente vanal –cuidar el empleo-, es la que aconseja ser pacientes y tolerantes en las declaraciones. ¿Para qué exponer al partido a los ataques de sus socios de la coalición, cuando el Pro se está desgarrando en plena guerra civil interna?
El radicalismo ha tenido la habilidad de formar parte del gobierno de Cambiemos colocándose a resguardo de las trágicas consecuencias que sus políticas impusieron a la sociedad, la economía y las finanzas argentinas. Esa siembra deberá cosecharse, a riesgo de perderse.
¿Será, finalmente, en la celebración de sus 130 años de vida, el momento de la resurrección de un radicalismo protagónico en la política argentina?
*FUENTE: RealPolitik | Alberto Lettieri
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