Entre el oportunismo y la demagogia, los políticos tiran a la palestra lo que tengan a mano para intentar impactar de manera positiva en la ciudadanía, hasta una encuesta de dudosa credibilidad en un medio local. Las encuestas pasaron de ser una herramienta fundamental de los equipos de marketing y comunicación de los candidatos a un intento de “contagio de positivismo” para mostrar una imagen ganadora ante la sociedad.
La adicción a las encuestas de periodistas y políticos suele llevar a perder el contacto con la realidad y con las necesidades reales de la ciudadanía. Las encuestas no reflejan toda la complejidad y la diversidad de la sociedad argentina, ni captan los cambios profundos que se producen en el seno de la misma y cuando se contrastan con la realidad de las urnas, la diferencia es abismal.
Desde las elecciones del 2019 que las encuestas (o mejor dicho los encuestadores) comenzaron a fallar vergonzosamente. Para expiar su error, los grandes encuestadores usaron como argumento que los electores no dijeron la verdad, señalando que “la materia prima que nosotros tenemos es lo que dice la gente, que no siempre hace lo que dice”.
Hay quiénes se escudan en una teoría llamada “la espiral del silencio”, argumentando que los electores no expresan sus preferencias en público ya sea por miedo o por vergüenza. Uno de los efectos, según explican los analistas políticos, es la infraestimación de los resultados. Pero el voto oculto también puede deberse simplemente a la población indecisa que a medida que va acercándose el día de la elección, va definiendo su voto y no la voluntad de engañar al encuestador.
No fallan las encuestas
Los yerros por goleada en los pronósticos de los encuestadores han merecido un riguroso estudio por parte de los analistas políticos. Damián Deglauve, politólogo, Magister en Marketing Político, coordinador del Programa Ejecutivo en Consultoría Política en la UAI, puso bajo la lupa los métodos utilizados para medir la popularidad de los candidatos.
“No fallan las encuestas” explicó, y recalcó que “se equivocan los encuestadores”. Y el primer error en las encuestas radica en la falta de interés del encuestado lo que dificulta obtener un muestreo significativo. El que no cortó alguna vez en teléfono cuando la voz generada por inteligencia artificial solicita unos minutos de su tiempo para responder unas preguntas que tire la primera piedra.
Según Deglauve, hoy en día es muy difícil medir ya que hay que salir a buscar a esa población esquiva, el universo a medir, que implica una movilización mediada por la tecnología con la que anteriormente no se contaba, es decir que actualmente esa tecnología termina jugando en contra.
Para brindar un mínimo margen de error aceptable en los resultados, la encuesta debe ser presencial, con muestras tomadas en el territorio; con la necesidad de bajar costos y aumentar los márgenes de ganancias, se sacrifica en el altar de la economía la precisión de los resultados.
Muchos de los grandes encuestadores (que han fallado estrepitosamente con sus pronósticos) optan por la modalidad de encuestas online, que generan dudas en la certeza de las muestras y los datos proporcionados por el encuestado. Si a eso se le suman los incentivos de premios económicos “sesgas mucho la muestra, dejas afuera otras porciones de población y lo mismo pasa con los teléfonos móviles que en general no están bien mapeados, incluso en la misma encuesta se pregunta por su ubicación geográfica”.
La conclusión a la que arriba Deglauve es que “si la encuesta no es personal, hoy en día estamos muy complicados por lo que media para medir, los elementos tecnológicos alejan el dato y además la cuestión comercial pesa mucho en el diseño. A veces lo económico, por hacerlo más barato, hace que se pierda ese dato. A esto hay que sumarle que la gente ya no quiere participar, no quiere contestar, que lleva a cometer equivocaciones en el muestreo o en el cuestionario, en conclusión, fallan los encuestadores, no las encuestas que son una técnica de conocimiento de opinión pública”.
Para cerrar, según el criterio de Deglauve, hay que poner el foco en el análisis de los datos recabados y tener en cuenta dos puntos que son fundamentales: el voto en blanco y la participación ciudadana, elementos que complican las mediciones y hacen que se alteren los resultados.
“Si en una elección nacional donde se cuentan los votos afirmativos o válidamente emitidos, en una encuesta tenemos un porcentaje determinado pero la gente que va a votar es el 50 por ciento del padrón, obviamente esos porcentajes quedarán desfasados porque al votar menos gente se elevan los pisos de cada fuerza, lo mismo ocurre al haber mucho voto en blanco. Por otra parte, la aparición de figuras mediáticas como por ejemplo Javier Milei, puede generar arrastre de boletas y candidatos ignotos en lo local saquen números que no se reflejan en los estudios de opinión” explicó.