Un grupo de jóvenes de entre 17 y 24 años autodenominados “caza violines” fue desarticulado tras identificar y castigar por cuenta propia a numerosos depravados sexuales que operaban a través de internet. Su base principal de operaciones se encontraba en la localidad bonaerense de Pilar, aunque mantenían ramificaciones en distintos puntos del conurbano y en la ciudad de La Plata.
Entre los detenidos figura un youtuber platense de 20 años de alias “Elquechuga”, Brandon Maldonado, quien habría funcionado como líder y que acumuló notoriedad en redes sociales por sus contenidos previos donde realizaba “bromas pesadas” y se burlaba de trabajadores de comercios o transeúntes como medio de entretenimiento.
“Cuando hice el primer video tuvo mucha repercusión en la gente y a partir de allí, incluso por pedido de distintas personas, seguí con esa idea”, trascendió en sus declaraciones a la justicia.

El grupo estaba conformado por adolescentes que se encontraban a entrenar en un gimnasio de Pilar, lo que sugiere una preparación física que utilizaban durante sus operativos. Un elemento clave en su estructura era la participación de una joven de 20 años que actuaba como “falso señuelo”, haciéndose pasar por menor de 13 años para atraer a los presuntos depredadores. Este componente femenino resultaba fundamental para la credibilidad de sus trampas en línea.
Según declaraciones del youtuber, la inspiración para estas actividades provino de un influencer estadounidense llamado Justin Painter, quien realizaba actividades similares de exposición de presuntos pedófilos en redes sociales. El joven luego admitiría haber iniciado estas prácticas en 2016, copiando el formato y adaptándolo al contexto argentino, continuando con esta actividad debido a la respuesta positiva que recibía de sus fanáticos.
La banda había desarrollado un sofisticado modus operandi que comenzaba con la creación de perfiles falsos en aplicaciones de citas y redes. En estos perfiles, principalmente manejados por la joven que funcionaba de “carnada” o por otros miembros haciéndose pasar por mujeres, simulaban ser niñas para entablar conversaciones con estos adultos. Tras establecer el contacto inicial, las charlas continuaban por WhatsApp, donde recibían contenido explícito por parte de los objetivos y concretaban encuentros presenciales.

“Me pedían fotos, pero varios me mandaban imágenes de sus miembros íntimos, por ejemplo”, subrayó, agregando que luego “seguía hasta que en un momento se acordaba el encuentro y allí se desataba el escrache y yo los increpaba tal como se ve”.
Una vez que la víctima acudía al lugar acordado, generalmente un departamento preparado para la emboscada, los integrantes de la agrupación lo sorprendían, lo retenían contra su voluntad y procedían a ejecutar lo que ellos llamaban “castigos”, cargados de violencia tanto física como psicológica. Las golpizas eran solo el inicio de una serie de degradaciones que incluían prácticas extremadamente humillantes como forzar a las víctimas a ingerir materia fecal. También los obligaban a posicionarse en cuatro patas y cantar frases como “pío-pío, soy violín”, a la vez de que se los filmaba.
Estos encuentros eran cuidadosamente planificados para garantizar tanto la captura como la documentación audiovisual de todo el proceso. La sistematización de sus actividades y la evolución de sus métodos fueron escalando con el tiempo, llegando a incluir vejaciones que sobrepasaban cualquier pretensión de “ajusticiamiento”.
Eventualmente estos hechos atrajeron la atención de las autoridades, quienes iniciaron una investigación judicial por el delito de “privación ilegítima de la libertad”, culminando con la detención de cinco personas enfrentando cargos por lesiones y apología del delito.
El alcance mediático de la banda era considerable, habiendo acumulado aproximadamente un millón y medio de seguidores. Cada “captura” era documentada en video y compartida públicamente, generando viralización, críticas y apoyo de personas que celebraban estas acciones como una forma efectiva de “vigilantes virtuales”.
–