Nayib Bukele: El político que revolucionó a El Salvador y se opuso a los Organismos Internacionales

El Salvador tendrá elecciones próximamente y su actual presidente Nayib Bukele volverá a postularse.
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Se acercan las elecciones nuevamente en El Salvador y como candidato a la presidencia tenemos al actual mandatario Nayib Bukele. Con tan solo 41 años es de los líderes más jóvenes y controversial es de la región hispanoamericana. Pero, ¿por qué se habla tanto de él?

Bukele tomándose una foto en la Asamblea General de la ONU antes de comenzar su discurso. (Foto de A. CLARY / AFP)

Siendo la tasa de homicidios de El Salvador de las más altas del mundo, no es una sorpresa que la gran mayoría de los salvadoreños aprueben su gestión, en tan solo dos años logró reducir la cantidad de homicidios a la mitad. Esto fue posible gracias al plan “Control Territorial”, de esto modo combatió Bukele a las famosas “Maras Salvatrucha”, bandas criminales salvadoreñas que delinquen constantemente. Desde violaciones y narcotráfico, hasta extorsiones y contrabando, estas son solo algunas de las actividades realizadas por los integrantes de estas pandillas. Como si esto no fuese suficiente, ordenó también la humillación pública para los delincuentes en las plazas públicas.

Durante un tiempo el presidente salvadoreño tuvo “Dictador de El Salvador” como su biografía de Twitter.

Es por esto que a día de hoy, a pesar de sus medidas controversiales, el 87% de la población salvadoreña aprueba la gestión de Bukele, según cifras de la Unidad de Investigación de La Prensa Gráfica. Pareciera ser una persona que no le teme a las etiquetas, y que por eso mismo en 2021 cambió su biografía de Twitter a “Dictador de El Salvador”, burlándose así de aquellos que lo denominan autoritario.

Bukele ordenó la humillación pública para los delincuentes en las plazas públicas.

Bukele es de los pocos políticos que sabe aprovechar las ventajas de las redes sociales, es por eso que está en boca de todos. Esto mismo demostró cuando dijo que estaba seguro que esa selfie (la que se tomó en la Asamblea General de la ONU) la verían muchas más personas que las que escucharían su discurso, y admitió que el formato de la asamblea quedó obsoleto. Tampoco podemos olvidar cuando hace 2 meses amenazó a los pandilleros que se encuentran en las cárceles con dejarles sin comer si planeaban lastimar a los ciudadanos por venganza.

Otra medida por la que optó Bukele fue la creación de la “comisión internacional contra la impunidad y la corrupción” (CICIES) en 2019, de la mano de la OEA (Organización de los Estados Americanos) para investigar supuestas irregularidades en la Administración pública. Sin embargo,  la comisión fue disuelta por el mismo Bukele en junio de 2021 mientras investigaba 12 casos de corrupción en su propia administración. Esto dio qué pensar sobre la transparencia de su gestión, así como sus supuestos tratos con las pandillas “Maras” encarceladas, es por esto mismo que no acudió a la Cumbre de las Américas en Estados Unidos. Se supone que habría pactado que las pandillas no cometan más homicidios y apoyen su gestión y gobierno, a cambio de beneficios dentro de las prisiones.

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“El Islam es la peor peste que le ha ocurrido a la humanidad” | La advertencia del jesuita que unió ciencia y fe para denunciar la decadencia de Occidente

El sacerdote jesuita Manuel María Carreira fue un hombre de ciencia, pero también un provocador en el mejor sentido de la palabra. Doctor en Astrofísica por la Universidad de Georgetown, miembro durante quince años del Observatorio Vaticano y asesor de la NASA, dedicó su vida a demostrar que fe y razón no eran caminos opuestos. 

En una entrevista concedida en 2016 al diario El Español, sus palabras sacudieron al mundo religioso y académico: “El Islam es la peor peste que le ha ocurrido a la humanidad en los últimos dos mil años”.

Lo decía sin cálculo ni deseo de escándalo. Su tono era el de quien reflexiona más que el de quien acusa. En esa conversación explicó que su juicio nacía de la observación histórica y cultural: El islam “es totalmente incapaz de establecerse dentro del mundo con respeto a los derechos humanos. O acepta uno su modo de pensar o es un infiel y hay que asesinarlo. Eso es lo que se traduce del modo de actuar, como mínimo, de una porción importante de quienes aceptan el islam.” 

Su crítica, más que religiosa, era civilizatoria. Apuntaba a la imposibilidad de integrar una cosmovisión teocrática con las libertades individuales que Occidente había conquistado tras siglos de conflictos y revoluciones.

– Manuel María Carreira, “el científico con sotana”

Carreira hablaba como filósofo y científico, pero también como hombre de fe que veía con alarma el proceso de secularización europea: “Nuestra ética es de base cristiana y el Estado debe tener en cuenta esos principios. Hoy se están borrando las raíces espirituales que dieron sentido a la civilización occidental”. No era una defensa clerical de la Iglesia, sino una advertencia sobre el vaciamiento moral que acompaña a las sociedades sin referencias trascendentes.

Ese diagnóstico se volvió profético. Casi una década después, Europa vive una crisis de identidad que Carreira anticipó con claridad. Según el informe TE-SAT 2024 de Europol, en 2023 se registraron 120 incidentes terroristas dentro de la Unión Europea, de los cuales 98 fueron ataques completados, 9 fracasaron y 13 fueron abortados. Francia, Bélgica y Alemania se mantienen entre los países más afectados por intentos de radicalización yihadista. En paralelo, las tensiones por la inmigración, el debate sobre los límites de la libertad religiosa y la creciente polarización política han erosionado el consenso sobre qué valores sostienen a Europa.

Carreira consideraba que esa pérdida de convicciones era más peligrosa que cualquier fanatismo. “No podemos convertir la fe en elemento político —decía—, pero tampoco pretender que la moral pública flote en el aire, sin raíces. Cuando una civilización deja de creer en algo, deja de defenderse”. Su visión coincidía con la de Benedicto XVI, quien había advertido que “una razón desvinculada de la fe termina devorándose a sí misma”.

Su pensamiento incomodó tanto a progresistas como a conservadores. Defendía la secularización “en la medida en que el Estado no imponga una creencia”, pero rechazaba el laicismo militante que reduce la religión a superstición. Sostenía que “la tradición española —y europea— es cristiana, y negarlo es negar la historia”. También se mostraba crítico con ciertas prácticas islámicas cuando contradecían la igualdad ante la ley: “Si un musulmán quiere tener varias esposas, el Estado debe intervenir, porque tendría consecuencias sociales no aceptables.”

Para Carreira, el islam no era una religión en el sentido teológico que él comprendía desde la filosofía cristiana. “Nació como un cristianismo descafeinado”, explicó en la entrevista. “Quitaban lo que no entendían: la Trinidad, la Encarnación. Hicieron un cristianismo reducido a lo mínimo, pero siempre con el deseo de apartar la idolatría. No tienen una teología propia, sino un modo de pensar elemental que les sirve para andar por casa.” No había en sus palabras odio, sino la convicción —discutible, pero intelectualmente honesta— de que el islam no había producido un modelo de sociedad compatible con la libertad moderna.

Su análisis resuena hoy no solo en Europa. En la Argentina, aun sin conflictos religiosos de aquella magnitud, la secularización avanza de modo sostenido. Según la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina (CONICET–UNC, 2023), la proporción de personas que se declara “sin religión” pasó del 11,3% en 2008 al 21,8% en 2023, prácticamente el doble en quince años. Más que un dato demográfico, ese desplazamiento expresa un vaciamiento simbólico: la pérdida de referencias morales compartidas, la sustitución de la trascendencia por el consumo y el debilitamiento del vínculo con las instituciones tradicionales

Carreira veía en ese vacío una amenaza mayor que cualquier enemigo externo. Decía que “una sociedad sin sentido trascendente se vuelve incapaz de distinguir el bien del mal”. No se trataba de imponer dogmas, sino de preservar la conciencia de que la libertad necesita un fundamento ético. Su crítica al islam, en el fondo, era una advertencia sobre nosotros mismos: sobre lo que ocurre cuando una cultura deja de creer en algo y entrega su destino al relativismo.

Murió en 2020, convencido de que Europa había comenzado su decadencia espiritual. Sus palabras, reavivadas en redes sociales, vuelven a dividir aguas. Algunos lo consideran un pensador lúcido que vio venir el choque cultural entre Occidente y Oriente; otros, un polemista que traspasó la línea del respeto. Pero su diagnóstico persiste con inquietante actualidad: el conflicto no es solo entre religiones, sino entre una fe que se impone y otra que se disuelve.

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