– Usted viene dando la batalla cultural desde hace muchos años, más precisamente desde que tenía 15 años, ¿correcto?
Sí, llevo más 50 años en este camino solitario en Uruguay, una guerra que se ha perdido hace mucho tiempo. La política devoró las energías de la sociedad y esta se volvió totalmente dependiente del Estado, sin esperanza. Tenemos uno de los Estados más grandes de la sociedad moderna, que le falta muy poco para ser totalmente socialista. Es esa mentalidad dominante.
Siempre estuve en situación de rebeldía. Yo soy lector de Aristóteles, Borges, Alberdi, Von Mises, he desarrollado sus pensamientos, por lo que estoy dando la batalla cultural en una realidad que no corresponde a la de este país. Y hace dos o tres años publiqué un libro (Liberalismo armado) sobre la guerra psicopolítica a partir de las palabras, lo políticamente correcto, así que digamos que no me he dedicado a otra cosa.
– ¿En todo este tiempo notó alguna diferencia en el pasar de los años respecto a la aceptación de estas ideas o la adherencia que van teniendo?
El liberalismo en Uruguay no tiene tradición, hubo un gran empuje de las ideas liberales en un momento, era una generación anterior a la mía, pero después esas personas desaparecieron, se murieron y después quedó el desierto absoluto. Es el campo de la izquierda y de la derecha cobarde que por eso no es derecha, que recoge las banderas de la izquierda, las lleva sobre los hombros, la deja crecer y le tiene miedo. Se quedaron con los centros de enseñanza, los medios, toda la movida. Pero por debajo mío apareció una generación, que no vi, de gente de entre 25 y 35 años que son disconformes que tienen la rebeldía liberal y me sentí gratamente sorprendido.
Mi hija me dijo: “Mirá viejo, te propongo que entres y mires al Presto, que mires a Danann, que le prestes atención a tales y cuales programas”. Había una realidad que yo no conocía. Encerrado entre los libros o la chatura de los discursos de mi generación y de las un poco posteriores, ya estaba absolutamente desalentado, así que he cobrado un vivo entusiasmo porque hay una generación que está emergiendo, la generación de los disconformes, de los que dicen: “¡No más! No vamos a sostener a la clase política, queremos que nos dejen vivir nuestra libertad, no queremos que nos destruyan los valores que desde siempre han calificado a nuestra civilización”. Me siento en armonía con el cambio que ha venido. Esta generación de los youtubers, es la generación del empuje liberal que tiene a la Argentina como vanguardia y que nosotros, desde acá, recogemos con una generación que a mi me sorprende. La palabra liberal acá en Uruguay siempre sonó un poco raro, un poco marginal y ahora aparece con una fuerza única y eso me entusiasma.
Nosotros tenemos que terminar con el juego de los políticos que juegan a la política. Primero, hay que recortar la política, tendría que ser un voluntariado con jurisdicción acotada. El que tenga ambición de político, que se lo pague, y que no tenga acceso a los elementos que tienen que ver con la vida de las personas. Que jueguen al estatismo con su dinero y en su casa, no con mi dinero y en la sociedad donde vivo. Si les quitas la posibilidad de cobrar sueldos, colocar a sus familiares, hacer negocios, le quitas los hilos que sostienen económicamente su ambición, porque lo hacen por el afán de figuración y de comodidad cultural y económica, no por poder. No son tiranos, son mediocres. Hay que recortarla al mínimo indispensable. Todo aquello que garantice nuestros derechos como personas y nuestras libertades. Lo único que justifica y explica la existencia del Estado es para consagrar la seguridad que es la primera de las libertades, ya que si no la tenemos no podremos ejercer ningún derecho.
Otro aspecto es el de la batalla cultural, donde hemos perdido la guerra. El comunismo aliado con poderes destructivos nos han encerrado en un discurso macabro para destruir a la sociedad occidental y a los íconos que la definen, tales como el individualismo, la familia tradicional, los valores espirituales. Porque es la única con sentido de la libertad, la afirmación orgullosa del yo, que es el principio de la libertad. El marxismo es cínico, recurre a elementos que nunca consideró en su agenda, como la paidofilia o apoyar a los indígenas que asaltan propiedades en Argentina y Chile, pero no por convicción, sino por placer, porque contribuyen a la destrucción del capitalismo y el individualismo.
Es una guerra en la que el enemigo tiene ventaja porque de nuestro lado están cretinos útiles que trabajan para ese fin, como todas las políticas de cancelación de los medios y los círculos de silencio que se hacen en torno al pensamiento y las voces liberales. Si estas no se hubieran abierto camino a través de las redes, estaríamos todos sofocados, arrinconados y marginalizados. Felizmente, la libre investigación y el espíritu de búsqueda del conocimiento nos llevó a estar todos interconectados, comunicándonos que no vamos a aceptar nada de este mundo que prometen el marxismo y sus aliados circunstanciales. A mí me preocupan más los que tenemos cerca. Esos políticos que juegan a enfrentarse al marxismo pero que recogen su agenda y no desmontan la obra destructiva qué están haciendo. Eso lo tuviste en Argentina y Chile y lo tenés en Uruguay. Estos gobiernos que parecen ser alternativas a la izquierda, solo legitiman sus acciones con su indiferencia o con su ratificación.
En fin, la batalla cultural es una guerra constante porque ataca por todos lados, hasta la identidad de la persona, va contra la naturaleza, convertirnos el desvío norma privilegiada, le dan jerarquía a las parafilias en lugar de la familia. Luego, viene la destrucción de las condiciones sociales de la persona: el estado se mete en la economía, le dice a la gente donde trabajar, cómo hacerlo, cómo gastar su dinero y le ahorra en su lugar, y ahí tenemos los sistemas previsionales con los que la gente pasa miseria. El Estado parte de la base de que las personas son infantiles toda la vida. Toda la miseria en el mundo, los indigentes, esas vidas muertas que ya no tienen redención, todo eso es producto del Estado queriendo arreglar la vida de la gente. Esa es la batalla cultural, cuando se meten en lo económico y lastiman lo social.
– Usted va a estar disertando en librarte en noviembre, el evento liberal más grande de la región. ¿Para qué sirve este tipo de eventos?
Esto es fundamental, no sabes la emoción que tengo de que exista por dos razones. Primero por el encuentro de lo liberal. Mirarnos a las caras y decir “no estamos solos”. Al liberal le gusta estar solo, pero más allá de eso no estamos solos. Hay distintas generaciones que estuvimos desconectadas, distintos individuos libres que nos miramos a las caras y nos decimos: “Tenemos un enemigo en común, hay que destruir al intento de destrucción o a la destrucción que ellos están haciendo”. Como fenómeno cultural tenemos una contracultura que en realidad es una defensa de la cultura de la que siempre fue Occidente. Para mí LiberArte es como la Batalla de Platea. Es una frontera contra la barbarie, la política, el abuso y el asalto del marxismo y de sus aliados circunstanciales.
Por otro lado, el hecho de que ocurra en Uruguay, un país conservador por dónde se lo mire, con la izquierda más retrógrada, recalcitrante y ortodoxamente comunista de toda Sudamérica, es iluminador. Y el hecho de que la mayoría de los asistentes sean jóvenes es más escandaloso todavía, que sea un movimiento de jóvenes. Porque es donde la izquierda siempre pescó acá en el Uruguay, en el desencanto, en la falta de horizontes, en el resentimiento, en la falta de sentido heroico y de orgullo de pertenencia a una civilización. El marxismo trabajó minuciosamente hasta que consiguió producir, en alianza con los políticos tradicionales, un tipo de espécimen ovino qué cada cuatro o cinco años vota lo que se les da y come lo que se les pone en el plato. Que ocurra en Uruguay para mí es prácticamente un hecho histórico y revolucionario. Ahora sí que estamos en la destrucción de la destrucción. Un paso adelante de la arrinconada y eso es algo que agradezco a tu generación y no a la mía.
– ¿Considera entonces esperanzador que en este caso son los padres quienes acompañan a sus hijos y no al contrario?
Es exactamente así, los hijos nos están llevando. En mi caso particular, yo me dedicaba a la filosofía, pero a mí me lleva mi hija, si ella no me hubiera contado que la movida de ustedes existe yo hubiera seguido el liberalismo por los libros.
Yo soy de la generación del ’68 y, como la mayoría de ella, acompañé aquella rebeldía que me duró un año, pero cuando me di cuenta que era títere de una jugada que no era la de la rebeldía la de la libertad sino estar con el marxismo que era todo lo contrario, ahí cambié. Pero yo nací en esa generación del desencanto de la rebeldía, como muchas otras personas, y eso te lleva automáticamente a la molicie. Los hijos de esos, que tienen alrededor de 50 años, son los que se han conformado los que se han resignado a lo que los políticos les dan. Pero los que vienen empujando de atrás no se han resignado y eso es un poco lo que representa el espíritu de LiberArte y la movida que ustedes están continuamente esclareciendo en el punto de vista de la razón y de los valores. Por lo tanto, es un hecho histórico sociológica y socioculturalmente. Es una generación que arrastra hasta a las anteriores, están cambiando el peso relativo de los hacedores de la realidad y es lógico que así sea, unos chicos encerrados en un garaje con 2 destornilladores cambiaron al mundo. Toda esa generación nos tendría que haber advertido qué las vanguardias vienen desde muy temprano y eso es absolutamente estimulante. Yo siempre he estado en la vanguardia así que me siento parte de esta generación del cambio.
– ¿Con qué se va a encontrar el público cuando vaya a ver su exposición en LiberArte?
Se van a encontrar con la destrucción de la destrucción. Este es el principio: no permitir que sigan destruyendo. Se van a encontrar con un discurso fuertemente anti-político, porque la política tiene dos problemas. Uno es que exista, porque pretende sustituir la libertad de las personas por la sabiduría del político, cómo si el político la tuviera. El otro es que convenza a los demás de que es necesario, dar la sensación de solución de los problemas, de que ahora sí las cosas van a cambiar, esa sensación esperanzadora-frustrante, esa diabólica dialéctica nos ha llevado al estado en el que nos encontramos, el último peldaño en el que está cayendo Occidente, negándose a sí mismo, derribando las grandes ciudadelas qué lo han mantenido de pie: el individualismo, la familia, los valores y el sentido de la libertad.
Así que LiberArte es decir: “No más. No los queremos, no creemos en ustedes. El mundo que ustedes están tratando de manipular no es el nuestro. Les va a costar qué nos saquen a nosotros de la escena. Los vamos a perseguir, los vamos a denunciar, le vamos a demostrar a los que vengan atrás nuestro que ustedes son la causa del mal y no la solución”. Ese es el mensaje. Diciéndole a la gente también lo negativo, pero que no se crea que la libertad es una fantasía que depende de la voluntad de otro. Es posible ser libre, está bueno serlo y no hay que pedir permiso ni depender de nadie para eso. La forma de expresar nuestra rebeldía es mediante un discurso anti-político, porque la política mediatiza y absorbe la rebeldía en favor de un discurso que termina monopolizándose fuera de las manos del propio individuo.
Para mí, los liberales no somos una masa. Ahí yo me voy encontrar con individuos con los que puedo tener diálogo o no. Los liberales no tenemos ese sentido colectivo, sino que tenemos algunas coincidencias qué nos permiten procesar el libre pensamiento, solo eso. El diálogo entre liberales puede ser cálido o distanciado, pero no hay ningún elemento a priori. Yo no me pongo contento por ir a conocer un liberal, es poder dialogar racionalmente sobre ideas y saber que hay un recelo común. Lo liberal es que cada individuo sea importante para sí, haciendo lo que tiene que hacer. Ahí aparecen las externalidades, si uno hace lo que tiene que hacer a la larga termina beneficiando a la sociedad y eso es el sentido de la sociedad para el liberalismo. No es colectivo ni colectivista, sino individualista, son las afinidades, la eficiencia lo que va a marcar el relieve.
– Un mensaje para quiénes no se animen a dar la batalla cultural, porque tal vez sienten que no tiene sentido, o para quien la esté dando y se sienta un poco desanimados porque no creen ver algún cambio
No estamos solos, hay gente en todo el mundo está saltando gente en todo el mundo que ha dicho basta a la destrucción de nuestros valores, a que nos cercenen la libertad.
La batalla cultural es aquella en la que se pierde o se gana el derecho a vivir con libertad. Hay que darla siempre. Está demostrado por la propia historia que el marxismo fue derrotado militarmente cuándo quiso asaltar el poder mediante el terrorismo, pero término ganando la guerra psico-política y culturalmente. Es decir, lo que perdió en el campo de batalla, lo ganó en las aulas, el trabajo, los medios, en el desaliento, en la facilitación, en la cobardía instalada en la gente qué perdió la capacidad de reacción. Hay que estar en combate permanente. La libertad no es algo que nos den ni concedan. Los derechos los tenemos; si no los defendemos, los perdemos. Los políticos no están para defendernos los derechos, sino para usar nuestra ingenuidad para legitimar su ambición y nada más.
Entonces, para quienes tienen renuencia o desaliento: si uno no defiende sus propios derechos, no espere que otros lo hagan. Además, la única dignidad que la persona tiene es la socrática, la de preguntar racionalmente y no aceptar nada de manera incondicional. La batalla cultural se da cuando uno interroga críticamente, no conformarse con las respuestas que vienen dadas, no admitir qué nos violenten los valores. Uno puede ceder mucho, decir “yo no me voy a meter en conflicto”. Bueno, pero usted deja que alguien duerma en la puerta de su casa y, quizás, la próxima vez va a dormir adentro de su casa y la próxima se va a quedar con los bienes de su casa. El estado no lo va a defender.
El desaliento es parte del triunfo del enemigo, es lo primero que se sale a buscar y se consigue, generalmente, por los medios de comunicación oficiales y el sistema de enseñanza, recortando la realidad. La batalla cultural hay que darla cada uno en su espacio porque no hay un orden de batalla. Si usted permite que a su niño le enseñen cómo acariciar a otro niño, que lo envilezcan y le enseñen las técnicas del manoseo, usted puede permitir cualquier cosa. Hay países, como Canadá, donde se está discutiendo si aceptar o no la paidofilia, algo aberrante.
No es una batalla política. Uno puede decir “a mí qué me importa quién está de presidente, diputado o ministro”, es algo abstracto que está lejos de mí. La batalla cultural es algo que ataca tu vida, se mete con tus hijos, con tu trabajo, tus ahorros, tu percepción de la sociedad, tu libertad cultural, no podes cuestionar que tu hijo se disfrace de nena porque estás violando los derechos humanos.
No es una cosa abstracta la batalla cultural. Entonces a quien dice “yo no voy a darla”, no te estoy invitando a que te integres a un partido, un ejército o un grupo. No hagas nada, solamente no cedas, aplicá la razón, tené pensamiento crítico, ya con eso estás dando la batalla cultural.