Por: Carlos Mira
Nuestro Estado fascista es fantástico: dispone imposiciones por aquí y por allá, repartiendo plata que no es suya, llevándose los méritos de la demagogia y metiendo al sector privado en más y más obligaciones que nadie sabe con qué plata las va a pagar.
Ha llenado de billetes que no le pertenecen a los sectores que se le ha cantado, subiéndose a una propaganda populista que le encanta, pero que le manda pagar a otro.
Y cuando digo “el Estado” quiero ser claro por enésima vez: el Estado no es una constelación de entelequias angeladas que flota en las estelas del espacio. No; “el Estado” son personas; personas de carne y hueso que se sientan en unos sillones privilegiados, apoltronados en las alturas y desde donde toman decisiones que nos afectan a todos -excepto a ellos- como si su situación girara en una órbita diferente de la del resto de los mortales.
En todo lo que lleva la emergencia, no ha habido un solo gesto de sacrificio estatal en materia de dinero contante y sonante. No se han bajado un solo céntimo de sus privilegios.
La AFIP, por ejemplo, está completamente ausente de la foto. Solo aparece para cobrar y para debitarte automáticamente fondos de tu cuenta que luego necesitarías para vivir. Es como si estuvieran en una burbuja anti-coronavirus: a ellos les chupa un huevo todo; vos cállate la boca y pagá.
Ahora se vienen todos los vencimientos de ganancias y bienes personales. Alrededor de mediados de mes, de todos los meses, vence el IVA para responsables inscriptos. ¿Ustedes han escuchado alguna medida de alivio en ese sentido?, ¿alguien que haya salido a disponer que el vencimiento se difiere sin intereses a una fecha posterior, como están haciendo todos los países civilizados del mundo y como está recomendando la OCDE a todos sus miembros?
Nada. Ellos siguen en sus altas torres disponiendo aquí y allá que el sector privado se pague entre sí lo que ellos imponen (llevándose, repito, el mérito de hacerse el Rey Mago con el dinero de los demás) y sin preguntar de dónde va a salir esa plata y sin contribuir, desde ya, a que ese líquido salga del alivio impositivo. Hay que proteger la liquidez en pesos de las familias poniéndole dinero -que de otro modo deberían dirigir al pago de impuestos- en el bolsillo.
Los pagos de bienes personales y anticipos (¡anticipos!) de ganancias deben diferirse ya. Sin más dilaciones. De lo contrario, el mercado (la gente) lo hará por su cuenta, salvajemente. ¡Y ojalá lo haga en caso de que ninguno de los cráneos que está al frente de todo esto se le ocurra una manera organizada de hacerlo!
Los vencimientos de IVA también deben aplazarse across the board, esto es sin distingos entre contribuyentes. Toda la liquidez del mercado debe volcarse a mantener a las familias con pesos en los bolsillos para pagar su mantenimiento en el aislamiento obligatorio.
El desequilibrio microeconómico que supone no cobrar pero estar compelido a pagar no puede resistir mucho tiempo. La regla debería ser: “Fuera de los elementos necesarios para vivir, nadie cobra y nadie paga”. Empezando por el emporio del Estado.
La cuestión resulta de tal sentido común que es difícil entender cómo, no solo no se implementan las medidas, sino que ni siquiera se habla del tema.
La mentalidad argentina está mucho más infectada por el fascismo que por el coronavirus. Nuestros resortes de rebelión contra la servidumbre estatal están completamente adormecidos. Solo bajamos la cabeza y pagamos.
Esta emergencia debería hacernos dar cuenta y entregarnos la dorada oportunidad de abrir los ojos: ¡Basta señores! A ver si lo entienden: se terminó acá. Ni un peso más al barril sin fondos del Estado. Ni un minuto más la injusticia de estar sometido a los vaivenes de una economía privada destruida pero al mismo tiempo obligados a cumplir al pie de la letra con la bota autoritaria de los impuestos.
La Argentina tiene 165 impuestos. Ningún país occidental (si es que aún podemos seguir llamándonos así) ha llegado a semejante guasada. Esta servidumbre feudal debe terminar y esta emergencia nos debe dar la oportunidad de pararnos de manos y decir “basta”, “se terminó”. Ni un peso más a la burocracia privilegiada, demagógica e inservible que nos chupa la sangre como la garrapata a un pobre perro.
La sociedad civil debe reaccionar. Aunque sea en defensa propia. Se trata de nuestros propios recursos que estos tipos se llevan para despilfarrar como a ellos se les cante y encima queriéndose arrogar los méritos del demagogo distribucionista.
Si algo positivo debiéramos extraer de esta experiencia es que los productivos somos nosotros y los parásitos son ellos. Digamos basta al pago de impuestos.
*Fuente: Periódico Tribuna de Periodistas