El texto aquí reproducido fue publicado en la edición 513 del 22 de mayo de 1975 de la revista Gente, bajo el título “El último reportaje a Troilo”. La entrevista, realizada por Horacio de Dios, formó parte de la producción especial que se presentó en ocasión del fallecimiento del bandoneonista argentino, ocurrido el 18 de mayo de 1975. Algunas imágenes aquí presentadas corresponden a la mencionada publicación.
Fractura Expuesta recuperó, de la edición original, el diálogo entre ambos. Una conversación que, como siempre sucedía con Troilo, dejaba al lector la certeza de estar ante la palabra de un hombre noble y sensible.
“Siempre no se está igual”, decía Pichuco en una charla en la que habla de su salud, del vínculo con el bandoneón, de la música beat, de su gusto por escribir y de su descanso “burgués”.
Durante 51 años don Aníbal Troilo veraneó en Mar del Plata, y fue allí, en un chalé junto al mar, que habló largamente sobre su salud, lo que había sufrido antes de operarse de la cadera, del bandoneón que pagó 40 pesos viejos, de la noche que creyó morirse al día siguiente de cumplir sus 60 años, de una semana caminando con bastón, de sus estados de ánimo y tantas cosas más.
Este reportaje, que no se publicó en su momento porque se encimó con su debut en el teatro Odeón, adquiere de golpe el carácter dramático del cuadro de un pintor el día de su muerte. No es una necrológica. Fue una charla fresca, vital, nostálgica, del tiempo viejo, pero sin «raccontos». Un «Amarcord» con fueye de por medio. Ese día se sentía, por momentos, un poco solo al saber que sus amigos se iban yendo. Como ahora se nos fue él. Trascartón estaba la muerte. Que no se animó a buscarlo junto al mar. Que respetó su voluntad de agonizar junto a su bandoneón, en una noche de tango, tocando para hacer mutis «Quejas de bandoneón».
En 1974 llovieron notas sobre Aníbal Troilo. La mayoría muy buenas. Pero eran muchas. Mala señal. Tenían sabor de despedida. Tristeza de presentimiento. Se temía por el mayor ídolo viviente de la música de Buenos Aires. Fue un año largo. Silencioso para un fueye dormido que se alimentaba a discos. Afortunadamente o no, Pichuco no se notifica que es un mito. Quiso vivir y vivió. Largó montones de cosas. Se repuso la cadera, operación mediante, y el verano lo sorprendió en Mar del Plata como un turista más.
Vive en un chalé que doña Zita eligió con sagacidad elaborada a través de 36 años de matrimonio. Para hacerlo caminar, aunque no quiera, la casa tiene 3 plantas que obligan a subir y bajar escaleras sin darse cuenta. Para tomar sol sin curiosos hay un jardín y una terraza. Don Aníbal puede pasear su «fiacca» en piyama regando plantitas y orejeando el mar desde las ventanas del dormitorio. La casa está a metros del mar, pero en una calle de poco tránsito. Se puede dormir a pata suelta, y a don Aníbal le gusta castigar la almohada 12 o 13 horas diarias. El teléfono comienza a sonar después de mediodía y los amigos van cayendo, pero no a torrentes. Un día llegó Astor Piazzolla, que vino a pasar Un de año con su mamá, Nonina. Otra tarde tocó el timbre Roberto Perfumo. Hace poco vino de Buenos Aires sólo para hablar un rato Joan Manuel Serrat.
«Hablé con mi médico y me dijo que sí. Que después de haberme desintoxicado durante 3 meses estaba en condiciones de ir a la sala de operaciones».
Troilo está uno o dos kilos por encima del peso en que se siente cómodo (90 kilos), pero se propone perder esos gramos de más para el debut en el teatro Odeón 12 años después de sus recitales memorables. Tiene 60 años, pero actualmente aparenta menos. Está gordito pero no hinchado. Su voz es clara.
Comenzó a hacer tango a los 10 años; lleva 50 años con el bandoneón a cuestas. Quizá por eso aunque se trajo el instrumento para practicar un poco, no lo hizo. Lo sacó del estuche para la fotografía, pero luego se encariñó, y cuando lo oyó cantar a Roberto Goyeneche en Enterprise pidió un bandoneón prestado para acompañar al «polaco».
Hace 51 años que viene a Mar del Plata para veranear. Le gustaba más antes. Lo mismo que Buenos Aires. Tiene nostalgia del tiempo ido. Pero no puede olvidar que las vacaciones de la temporada anterior fueron muy distintas. Durante los 60 días se tuvo que aplicar 120 inyecciones de cortisona para aliviar los dolores de una artrosis de cadera. Volvió a la Capital un 4 de marzo y trabajó un par de semanas en el Viejo Almacén, hasta que tuvo que parar. “Ya no daba más. No podía tocar. Ni estar parado. Ni sentado. Los dolores eran terribles. Hasta ir al baño era una tortura. No podía caminar ni cinco metros en su casa. Sufría como un loco. Era algo terrible. Nunca me dijeron que me operara. Mi mujer fue la que me dijo que me operara: ‘Si vos me lo decís, yo me opero’, le contesté. Hablé con mi médico y me dijo que sí. Que después de haberme desintoxicado durante 3 meses estaba en condiciones de ir a la sala de operaciones. Estaba bien del hígado, del riñón, del corazón, de los pulmones. En una palabra: fui a la operación 0 kilómetro”.
– Ahora que ya pasó se lo puedo decir: se temió que usted estuviera muy mal…
– Estuve muy mal. Al otro día de mi cumpleaños, el 12 de julio, vino Blackie para hablar de un programa espectacular que finalmente no pude hacer. El 11, cuando cumplí 60 años, la había pasado con mi familia sentado en un sillón. Tranquilo. Normalmente. Me estaba portando muy bien. Comía verduras, frutas, sin sal, sin alcohol, sin pan. Había bajado 12 kilos. Y de golpe, al día siguiente comencé a sentirme raro. Tuve como un ataque de epilepsia. Estuve 3 horas muy mal. Pienso que fueron tantas inyecciones que me dieron. Primero en Mar del Plata y luego en Buenos Aires. Hice de todo. Hasta acupuntura. Pero no pasó nada. Cuando una cosa tiene que ser operada no hay remedio. Aquí ya no basta calor ni inyecciones. Hay que operar. Me operó ese genio que es el doctor Petracchi y fue un éxito total.
– Cuando tuvo que andar con bastones unos días, ¿qué pensó?
– Me costaba caminar. Imagínese. Estuve tanto tiempo sin caminar, anclado en mi casa a un sillón, meses y meses. Usé bastones después de la operación durante 10 días. Pero poco a poco todo pasó y ahora me siento como nunca.
– ¿Cómo se siente ahora sin hacer nada?
– Bien. No hago nada de nada. Descanso. Qué sé yo. Como un burgués.
– ¿Hace algún régimen especial?
– No. Como de todo. Tomo un buen vino. Un par de whiskies. La vida de siempre.
– ¿Ve menos a sus amigos que antes?
– No. Además estoy rodeado de toda mi familia. Somos como diez u once. Están todas mis sobrinas, mis cuñadas. Se van turnando. Se van unas y vienen otras.
– ¿Sale menos de noche?
– No, salgo bastante. He visto unos cuantos espectáculos. Algunos buenos. Otros más o menos. Ahora voy a ir al circo Tihany. Tengo un ansia bárbara de ir a un circo porque hace una punta de años, desde que era un chico, que no veo un circo.
– ¿Tanto descanso no puede cansar?
– Hace más de un año que estoy descansando.
– ¿Qué pasó con su bandoneón que prácticamente no lo tocó en Mar del Plata, aunque al traerlo se propuso practicar un poco?
– Aquí me aburguesé y lo dejé de lado.
– ¿Suena siempre igual su bandoneón?
– Depende de uno. Depende de la pulsación, del estado anímico. Nunca se está igual. Como todas las cosas. Igual que un cantante o un actor. Siempre no se está igual.
– ¿Se preocupa todavía de la parte técnica o se olvida cuando toca?
– Se hace mecánicamente. La parte técnica es muy importante, pero para un profesional ya ha quedado atrás.
– ¿Cómo se puede reflejar en usted está inactividad de un año?
– Falta de estado, de estado, estado atlético, diría. Voy a tener que comenzar a estudiar para estar bien para el debut.
– ¿Alguna vez pensó que no tocaría más?
– Sí. Antes de operarme. Eso ya pasó.
– ¿Cuál es la historia de este bandoneón?
– Como la de todos. Lo único particular de éste es que habrá costado 40 pesos viejos. Yo lo compré a razón de 120 pesos a pagar 10 pesos por mes, y cuando había pagado 4 cuotas el tipo no vino más a cobrar. Así que ya ve. Ese bandoneón que ha ganado fortunas costó 40 pesos.
– ¿Cuánto hace que lo tiene?
– Como cincuenta años. Salió muy bueno. Ha trabajado una barbaridad. Ahora ya lo tengo un poco relegado porque estoy trabajando con otro instrumento un poco más nuevo, aunque todos los bandoneones son viejos. Desgraciadamente el bandoneón es un instrumento destinado a desaparecer. En la Segunda Guerra Mundial bombardearon la fábrica alemana de la Doble A donde se fabricaban acordeones y bandoneones. Como lo que más se vendían eran los acordeones, y el único mercado del bandoneón estaba en Argentina y Uruguay, cuando se rehízo la fábrica dejaron de hacerse.
«Siempre me gustó escribir. Ese nocturno a mi barrio lo hice cuando estaba internado en la clínica del doctor Carlos Márquez haciendo una cura de sueño».
– ¿Nunca tocó bandoneón con amplificación eléctrica?
– No. Nunca. No me gusta. No tiene sonido natural.
– ¿Tampoco usó bronces en su conjunto?
– No. Cuerda completa. Como me gusta a mí. Cinco violines, una viola y cello.
– ¿En vacaciones escucha mucha música?
– Si. Sobre todo radio.
– ¿Por qué no discos?
– Por ahí me aburro.
– ¿Y qué escucha en radio?
– Tango, folklore, alguna música seria. Lo que no aguanto son los ruidos. Me enloquecen…
– ¿A qué llama ruido?
– A la música moderna. La que bailan los pibes como locos. Para mí la música beat es inaguantable.
– ¿Estrenará algo en el Odeón?
– Un recitado. Una milonga. Una pequeña cosita. Se llama «Caliente». Lo haré con guitarra sola. Se llama «Caliente» porque habla de montones de cosas calientes.
– ¿Está más inclinado a escribir letra que componer música actualmente?
– Y casi casi, sí. Siempre me gustó escribir. Ese nocturno a mi barrio lo hice cuando estaba internado en la clínica del doctor Carlos Márquez haciendo una cura de sueño. Hace tiempo, Estuve allí un mes. Al par de semanas, cuando me hacían dormir tanto, me aburría de dormir y me levantaba y escribía. Escribía muchas cosas. Este tema «Caliente» está dedicado al doctor Márquez.
«Siempre me gustó estar solo. Soy un poco retraído, pero me gusta la amistad, estar rodeado de amigos».
– ¿Tiene muchas cosas escritas?
– Sí.
– ¿Por qué no lo dice más a menudo?
– Y… por timidez tal vez. Me gusta escribir. Me gusta escribir una carta en forma poética. En un libro de Horacio Ferrer publica una carta que yo le mandé. Manuscrita. Una carta muy linda.
– Cuando lo visitó Astor Piazzolla ¿hablaron de tango?
– No. Somos amigos.
– ¿Escuchó lo que hizo Piazzolla con Gerry Mulligan?
– Sí, pero no me gustó. No lo entiendo. Menos como tango.
– ¿Y los discos nuevos de Atilio Stampone?
– Tampoco, no está en mis pautas. Yo escucho a Fresedo, Salgán, Pugliese. Escuchaba a Gobbi. Esto otro no lo entiendo. Lo mismo que algunos cuartetos y quintetos que han salido ahora que dicen que hacen tango, pero yo no lo entiendo.
¿Cómo se ve Troilo a sí mismo en este verano 75?
Soy un hombre muy tranquilo. Tomo las cosas con parsimonia. Es mi forma de ser.
¿Le gusta estar solo más que antes?
Siempre me gustó estar solo. Soy un poco retraído, pero me gusta la amistad, estar rodeado de amigos, pero a veces me gusta estar solo también.
¿Cada día más?
No sé.
¿Le molesta que le hablen mucho del pasado?
Al contrario. Me agrada.
¿No se encuentra demasiado atado a ese pasado?
Posiblemente. Mi mujer me dice a veces. ‘Vos no te das cuenta de que te estás quedando solo. Se te han ido casi todos los tuyos’. Mi familia y mis amigos, los poetas, los músicos, todos los que fueron acompañando mi larga vida. Ya estamos casi solos. Quedamos apenas unos cuantos de aquellos.
¿Doña Zita es cada vez más importante para usted?
Si. Es mi vida. Toda mi vida. Mi vida fueron mi madre y mi mujer. Y el tango.
📺 Troilo toca el bandoneón en la playa (Mar del Plata, 1969):
*Fuente: Fractura Expuesta