*Por: Eugenio Marí (Fundación Libertad y Progreso)
En 2020 el sector agrícola argentino se ubicó como el más perjudicado entre 28 países, según muestra el indicador de Apoyo al Sector Agrícola publicado por la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE). Contabilizando las políticas distorsivas de los precios, de apoyo al productor, al consumidor y a los servicios generales, la OCDE estimó un apoyo negativo para el sector agrícola argentino de 2,1 puntos del PBI, por lejos el menor de toda la muestra.
Dentro de las 28 economías relevadas, que en conjunto explican más del 90% del comercio y del PBI global, solo dos registran un apoyo negativo a su sector agrícola: Argentina y Vietnam. En cambio, los demás países implementan políticas que generan una contribución positiva de hasta 2,5 puntos del producto. En el caso de Estados Unidos este alcanza 0,5%, en el de la UE 0,7% y en el de China 1,6%. Entre las economías seleccionadas de América del Sur, principal región exportadora neta de alimentos, también se verifica este patrón: Brasil da un apoyo positivo de 0,3% y Chile de 0,25% de su PBI.
La principal causa de esta diferencia son los elevados derechos de exportación que tenemos vigentes, que generan una fuerte caída en los precios al productor y una transferencia directa al Tesoro. Se estima que por estas distorsiones lo que reciben los productores argentinos es hasta 20% menos que los precios internacionales.
Además, nuestro país es el único de la muestra que ha dado un apoyo negativo a su sector agrícola de manera ininterrumpida desde 2002. En total, si se mide en términos absolutos, el agro argentino ha tenido un apoyo negativo promedio de 8 mil millones de dólares por año. O, lo que es lo mismo, ha experimentado transferencias negativas totales en el orden de 160 mil millones de dólares entre 2002 y 2020.
La clase dirigente, en general, justifica este golpe al agro como algo necesario para “sostener equilibrios macroeconómicos” o “hacer frente a una delicada situación fiscal”. En otras palabras, sería la emergencia la que obliga a implementar estas políticas. Pero, si por 20 años venimos repitiendo lo mismo, ¿podemos seguir diciendo que son medidas extraordinarias para capear el temporal?
No por casualidad en 2020 la cantidad de empresas exportadoras fue menor que en 1994. Tampoco por casualidad la inversión hace varios años ni siquiera alcanza para mantener el stock de capital. Y, aún menos por casualidad, el empleo privado registrado está estancado desde hace 10 años.
Pero los peores resultados probablemente los veamos en el futuro. La competitividad del sector agrícola argentino se ve cada vez más amenazada debido a que nuestras políticas van a contramano del mundo. La incertidumbre internacional y el creciente conflicto entre las potencias occidentales, Rusia y China ha propiciado el análisis de las cadenas de valor y de las vulnerabilidades estratégicas en el suministro de insumos y productos. La seguridad alimentaria y la necesidad de tener fuentes de abastecimiento de alimentos que sean confiables hoy son fundamentales.
Según la OCDE, dentro de las 28 economías relevadas, que en conjunto explican más del 90% del comercio y del PBI global, solo dos registran un apoyo negativo a su sector agrícola: Argentina y Vietnam.
Bajo este escenario, Argentina necesita repensar su estrategia. La competencia en los mercados agroalimentarios en las próximas décadas va a aumentar drásticamente, empujada por los esfuerzos de varios países que hoy son importadores netos para lograr el autoabastecimiento, y por los esfuerzos de los exportadores para no perder y para ganar mercados de exportación.
Resulta interesante observar el caso de China. Hoy el gigante asiático destina más recursos a apoyar su sector agrícola que la Unión Europea y Estados Unidos combinados, unos 200 mil millones de dólares anuales. El Partido Comunista Chino ha definido una clara política de autoabastecimiento de alimentos, haciendo foco en granos y oleaginosas. Esto ha implicado inversiones en tecnología, compra de empresas extranjeras, nueva infraestructura y políticas productivas. Como resultado, China ha reducido sus importaciones de muchos productos alimentarios, e incluso se ha convertido en exportador de otros.
Por su parte Brasil, tal vez nuestro principal competidor, ha desarrollado una fuerte política de desarrollo agroalimentario y ya nos ha superado en casi todos los mercados. Nuestro vecino del Mercosur es el 1er exportador mundial neto de alimentos.
El sector agrícola argentino está navegando aguas cada vez menos profundas, con riesgo en el mediano plazo de encallar y ver a lo lejos como nuestros competidores toman nuestro lugar. Es necesario modificar las reglas de juego, en particular eliminando los derechos de exportación, y volver a dar incentivos a la inversión y la producción. Nuestra política pública debe dejar de ir a contramano del mundo.
*Fuente: Fundación Libertad y Progreso
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